Basura alrededor del contenedor, en la calle Iturralde (sur). Foto: Archivo EL COMERCIO
No usa armas de fuego, cuchillos ni golpes. No le hace falta. La violencia en la ciudad tiene lenguaje propio. Centra su agresividad en las paredes colmadas de publicidad y rayas que aturden, en veredas ocupadas por ventas y basura que usurpan el espacio de los peatones, en los gestos obscenos de conductores, en los ruidos que ofuscan.
En sus calles, esos y otros tipos de agresiones son tan frecuentes que las personas se acostumbraron a ellos. Así lo sostiene Lautaro Ojeda, investigador social que ha trabajado en temas de violencia. Para él, la ciudad ha vuelto normales la agresión y el irrespeto. Es parte de la violencia social, dice.
El pan de cada día
Es como golpe al tímpano. Gritos, pitos, música que aturde en la vía pública son también agresores invisibles. La Agencia Metropolitana de Control registró hasta octubre pasado 121 “expedientes administrativos sancionadores” por ruido excesivo generado por locales o bocinas. De ellos, 49 fueron en la Zona Centro, 21 en La Delicia y 14 en la Mariscal.
También hay violencia en las vías más allá de los accidentes de tránsito. Para constatarlo bastan 10 minutos en el cruce de la ‘Pana’ Norte y Simón Bolívar. A las 17:50 del jueves, 35 personas cruzaron la vía sin usar el paso peatonal, tres buses se detuvieron en lugares no permitidos y uno se pasó un semáforo en rojo.
La Agencia Metropolitana de Tránsito registra en los últimos 11 meses 13 253 infracciones relacionadas con conductores que desobedecieron las órdenes de los agentes o que no respetaron la señalización colocada en la vía pública.
Dentro del bus la historia es similar. A las 07:10 del miércoles pasado, en un recorrido de 65 minutos desde El Condado (norte) hasta Los Dos Puentes (centro-sur), a la unidad que ya iba repleta se subieron 13 personas con canastos, una llevando una gallina y otra con un balde con pescados.
En medio de apretujones, atascos con las mochilas de los estudiantes, gritos al conductor por no parar donde se le pedía, el vehículo circuló gran parte del tiempo con las puertas abiertas, un riesgo para el usuario y, en ese sentido, también una agresión.
Desde noviembre del 2013, se han registrado 1 089 contravenciones de ese tipo en buses urbanos. Además, 26 denuncias de agresiones físicas o verbales del conductor o del cobrador hacia los pasajeros.
La contaminación visual es generalizada. Un ejemplo: en la Mariscal Sucre, en El Tejar, carteles pegados uno sobre otro, manchas de engrudo y rayones con aerosol son la marca de la parada de buses.
Para Handel Guayasamín, presidente del Colegio de Arquitectos de Pichincha, la publicidad descontrolada es una de las principales agresiones que se generan en Quito. Hay excesivas vallas, sostiene.
Los grandes carteles, explica, impiden ver los cerros, los montes, las bellezas naturales. El experto identifica sectores saturados de publicidad: San Roque, Los Dos Puentes, La Mariscal, las terminales de buses… en general, los sitios de mayor aglomeración urbana.
¿El ciudadano asume todo esto como violencia? En una encuesta nacional del 2013, el INEC determinó que el 45% de los hogares dijo sentir afectación visual alrededor de su casa por elementos que rompen la estética del paisaje.
Pero, en las preguntas más particulares, al tratar de identificar la razón de la afectación, solo el 8,78% de los hogares dijo sentirse visualmente afectado por la basura. Entre el 70% y 75% de las personas aseguró no sentirse afectado por publicidad, basura, cableado ni por edificaciones.
Guayasamín plantea dignificar el espacio público para la convivencia y dar importancia a la zonas verdes que desestresan y oxigenan. Pero en el 2013 el porcentaje de hogares del área urbana y rural que cuentan con espacios verdes bajó en comparación con años anteriores. En el 2011 el 24,68 % de los hogares tenía jardines, en el 2013 la cifra bajó a casi la mitad.
Este tipo de violencia no deja moretones, pero afecta la calidad de vida. Para Mario Unda, catedrático y sociólogo, un empujón en la calle, autos que se estacionan en las veredas, el irrespeto al ciclista, el uso excesivo del pito son formas de violencia urbana que afectan la calidad de vida de las personas.
Con eso concuerda Marco Jácome, psicólogo clínico, quien asegura que esas agresiones silenciosas de la ciudad pueden provocar enfermedades sicosomáticas, generan cambios de ánimo, producir ideas obsesivas, pérdida de memoria, irritabilidad, variabilidad del comportamiento.
“El Gobierno dice que hemos bajado la tasa de inseguridad (número de homicidios vs. número de habitantes), pero ha aumentado la violencia social”, sentencia Ojeda.
En contexto
Octubre es el mes de la no violencia. En el país hay campañas para bajar la delictividad y las agresiones físicas, pero hace falta, según Mario Unda, sociólogo e investigador, un trabajo para concienciar a la gente sobre la violencia que se produce en la vida diaria de la ciudad.