Los adultos mayores se reúnen en la plaza central. César Ayala (camisa blanca) camina por allí una hora todos los días. Fotos: Jenny Navarro / EL COMERCIO
Perucho no tiene muertes violentas. En los últimos 50 años nadie ha perdido la vida por asesinato, homicidio o suicidio.
Aquí la muerte se acerca despacio, tardía y de a poco le quita la salud a los abuelos, quienes terminan sus últimos días en paz. Perucho es tierra de longevos, de hombres y mujeres que han cargado en sus brazos hijos, nietos, bisnietos y tataranietos. Es un pueblo de apenas 10 km2, el más pequeño de Quito con unos 789 habitantes, donde casi el 25% de la población tiene más de 75 años. Aquí, ver abuelos que cuidan no a sus nietos, sino a sus progenitores es frecuente.
Padre e hija viven juntos. Él de 102 años, ella de 80. Para llamar a Pedro Imbago hay que hablarle muy alto. Sale de su cuarto serio, con terno azul, camisa blanca y sombrero.
“¿Quién me busca?”, pregunta a pulmón lleno, como tratando de apalear con su voz potente -aunque ronca y temblorosa- su dificultad para oír. Su hija lo toma del brazo y lo lleva al banco de madera, en el patio de la casa, donde le gusta sentarse y ver pasar los días.
Perucho podría ser considerar el Vilcabamba de Quito. Este pueblo lojano, en el sur del país, se caracteriza por albergar gente que supera los 100 años, por lo que es conocido como el Valle de la Longevidad.
Un censo a escala mundial de la OMS señala que las personas que tienen mayor expectativa de vida están en Mónaco. Su gente llega a vivir 85 años.
Pero los peruchanos, sin quererlo y sin saberlo, les sacan décadas de ventaja: Sergio Gómez cumplió 98 años al igual que Ofelia Villacrés. María Gordón cerró los 92 y Nicolás Flores, pasó los 91.
En el ‘ranking’ de países con mayor expectativa de vida Ecuador ocupa el puesto 59, con 76 años.
En Perucho, los vecinos de más de 90 años se sientan en las bancas de la plaza y recuerdan su infancia.
La casa de Pedro es la corona de una pequeña pero empinada loma. No hay escaleras, solo un camino resbaladizo de tierra que obliga, a ratos, a sostenerse de la ladera. Por allí, el hombre centenario baja y sube dos o tres veces al día para visitar a su otra hija. Lo hace solo. A veces ayudándose de un palo que hace las veces de bastón.
Su hija María Soledad asegura que su padre nunca se enferma ni le duele nada. “El doctor me dijo señora usted primero se ha de morir, porque su papá está mejor que nadie”. Lo dice con el mismo orgullo con el que una madre cuenta alguna proeza de un hijo. Pedro es travieso.
Hasta hace poco, se escapaba a Puéllaro, a visitar a las chicas, pero por miedo a que se caiga, María les pidió a los choferes que no lo llevaran. Quizás por eso él es mal genio. Tiene el ceño fruncido y no habla mucho. Cuando trabajaba la tierra le gustaba hacerlo en silencio.
En Perucho la gente vive de la agricultura. El 90% de la población que se queda en la parroquia (casi la mitad sale a trabajar o estudiar en Quito), se dedica a la siembra de mandarina, tomate de árbol, aguacates… Muchos de los ancianos cosechan lo que comen. Ese es, según Guido Alvarado, presidente de la Junta Parroquial, el secreto de la longevidad. Frutas sin pesticidas, verduras sin químicos, aire si contaminación…
La mayoría de las casas tienen huertos, por lo que no hace falta que exista un mercado.
Lo que sí es indispensable para el poblado es la iglesia. La comunidad es muy católica. No importa si es con bastón o con la ayuda de un familiar, los ancianos van a misa los sábados y, a veces, también los domingos.
¿Qué puede un hombre de 102 años pedirle a Dios? “Nada”, responde Pedro. “Todo lo que necesité me lo dio”. Quizás por eso, cuando se le pregunta por el alimento o la familia, tiene la costumbre de unir sus manos frente al pecho y agradecer.
César Ayala, de 86 años, es peruchano de cepa. Escucharlo hablar es como ver una película antigua. Recuerda las fechas, los precios de pasajes, de productos. Se podría pasar horas escuchándolo contar cuando fue militar, ayudante de cura, comerciante… Siempre lúcido, lleno de vida, es probable que supere a José Maila, su vecino que llegó a los 105 años.
Aparte de sus longevos, Puéllaro tiene otro tesoro: sus libros. Los peruchanos registraron los nacimientos, bautizos y muertes desde 1765. Dentro de una urna de cristal, en la iglesia del pueblo, se guardan los nombres de las personas fallecidas, la edad, la fecha, la razón de la muerte y la clase social a la que pertenecía. Por eso se conoce que en una semana murieron 200 niños por la fiebre amarilla y el paludismo.
Esos 20 libros que huelen a polvo, de manuscrito perfecto y que no pueden ser tocados por la fragilidad de sus hojas, guardan parte de la historia del lugar. Historia que Alvarado asegura, deben preservar, por lo que está buscando ayuda.
La rutina de los longevos es similar: empieza a las 06:00 y termina a las 17:00, cuando luego de trabajar la tierra vuelven a la cama. No usan reloj. No lo necesitan, se guían con el sol.
El centro de salud revela que la dolencia más frecuente entre los abuelos es la hipertensión. Necesitan atención las 24 horas porque si alguien tiene una emergencia en la noche debe ir a Quito: una hora por la culebrilla y 3 por Guayllabamba.
A sus 94 años, Dolores Ayala aún recuerda los poemas que aprendió a los 6. Lo primero que hace cuando se sabe entrevistada es empezar a declamar. Vive con su hija Alegría Alvarado, de 70 años.
En Perucho, donde los anuncios se hacen por cuatro parlantes desde la torre de la iglesia, el 90% de la gente tiene casa propia. Son viviendas antiguas, de adobe y bloque. No hay construcciones nuevas porque la población no crece.
Del 2001 al 2010 aumentó solo 3 habitantes. César Cárdenas, vocal de la Junta, asegura que se debe a la falta de oportunidades de trabajo y de estudio. Por eso los jóvenes se van ligeros y solo quedan sus queridos y entrañables viejos.
“Para vivir bastante hay que trabajar, no solo pasar comiendo y durmiendo. Ese es mi consejo a las mujeres”.
Dolores Ayala, 94 años.
Siempre hay que compartir y ser generosos La vida me enseñó a preparar el mejor sancocho peruchano”.
María Morales, de 87 años.
Queremos implementar un jardín botánico para que los viejitos tengan actividades y poder recuperar su sabiduría”.
Cesar Cárdenas, vocal de la Junta Parroquial
En contexto
Perucho Chavezpamba, Atahualpa y Nono son las parroquias donde, según el Municipio, existe la más alta tasa de envejecimiento del Distrito y el mayor porcentaje de adultos mayores en relación a su población. Se da en su mayoría por la calidad de la alimentación.