Ahora ya no es la religión el opio del pueblo, como decía Marx a fines del siglo XIX. Ahora, en el siglo XXI, el opio del pueblo es el fútbol.
O si no, echemos una mirada relámpago al fenómeno social del Mundial de Fútbol.
En Colombia ardió el patriotismo con rayos, truenos y centellas, lo cual es plausible y hasta saludable, sobre todo para un país que padece de tantas laceraciones socioeconómicas por tanta violencia y tantas tragedias. El buen desempeño de la Selección colombiana en Brasil anestesió, aunque por unas semanas, los latigazos del terrorismo, las fauces abiertas de la corrupción y los tentáculos de la penurias, el pan de cada día de los 45 millones de habitantes.
Pero ese patriotismo en los medios, especialmente en las cadenas de televisión, cobró súbitamente otro color, pasando abruptamente de la justificada alegría y celebración por el excelente papel de la Selección de Colombia, al endiosamiento del joven y talentoso jugador James Rodríguez, que desempeñó un papel preponderante en el Mundial. Es inaudito, desde hace casi un mes, los medios, especialmente las cadenas de televisión, empezaron a desplegar una descomunal información, con la que hasta abrieron sus noticieros, de que dicho jugador tal vez sería fichado por el Real Madrid.
Todos los días, una y otra vez (¡qué abuso contra los televidentes!) no se cansaron de mostrar su imagen y los goles que había anotado en el Mundial, mientras que en esas mismas semanas diariamente fallecía de hambre en Colombia un promedio de 14 niños (según la FAO) que, al parecer, no les importaba un comino ni a las cadenas de televisión ni al Gobierno ni a nadie, se demostró plenamente que en Colombia vale mucho más un balón que un ser humano.
Llegó finalmente la hora en que el joven jugador efectivamente fue contratado por el Real Madrid. Este día sí fue la locura. Si se hubiera tratado de que a Colombia le condonarían, o alguien le pagó su deuda externa de USD 90 000 millones, con la que se iban a reducir las muertes de 5 000 niños, que según la FAO mueren cada año de hambre en Colombia, estas cadenas no hubieran hecho tan monstruoso despliegue informativo. Y pensar que de los 80 millones de euros que costó y de los millones de pesos que ganará mensualmente, como de las millonadas que por publicidad se echaron a la bolsa las cadenas de televisión, no les llegará ni un solo centavo a los 13,5 millones de colombianos que, también según la FAO, padecen de hambre crónica en Colombia.
Es de elemental obligación dar una sustanciosa información; y tratándose de la hazaña de James, es más que justo lanzar un abundante despliegue informativo. También es edificante, y hasta necesario, resaltar los valores que contribuyen a enaltecer la imagen del país. Esto nadie lo discute. Pero llegar al extremo de copar todos los noticieros y acribillar a los televidentes con desgastadas imágenes de James es poco menos que inaudito. Como si con el traspaso del jugador ya se acabaran la miseria, el hambre, la corrupción y el terrorismo.
Arnulfo Arteaga Realpe / El Tiempo, Colombia, GDA