Los analistas asienten, casi por unanimidad, que la más grande transformación que experimentó ese espacio geográfico llamado Ecuador vino con el petróleo.
Allí empezó a cambiar la historia y de una economía con predominio de la agroexportación, en la que aún había cabida para la vida sosegada y rural, se pasó a otra que ha dependido de la explotación y venta petrolera en los mercados internacionales. Las modificaciones comprobadas son enormes, de tal forma que bien se puede decir que uno era ese país tranquilo y añorado por quienes lo conocieron y otro el de ahora, con más vértigo, que no se detiene y que, nos guste o no, tiene que andar al ritmo cada vez más exigente impuesto por los nuevos tiempos.
Pero, a propósito de una publicación de la revista Gestión que cumple 15 años, es bueno refrescar la memoria para sacar conclusiones sobre si la última etapa, correspondiente a este ciclo coincidente con esas políticas denostadas por su origen, ha servido o no de algo para el país y sus habitantes. A juzgar por las cifras, los resultados no son malos: la esperanza de vida al nacer aumentó en dos años, ahora asciende a 72; disminuyó la tasa bruta de mortalidad; el consumo de electricidad per cápita se incrementó cuatro veces, lo cual significa que más hogares poseen artefactos que les hacen la vida más confortable; se elevó el promedio de escolaridad; existe un tercio más de establecimientos educativos de primaria y secundaria; y, la tasa de analfabetismo ha retrocedido.
Todos esto es positivo y se lo pudo hacer, simplemente, porque el Producto Interno Bruto casi se cuadriplicó en ese período. Habría que decir que los ecuatorianos en estas cuatro décadas han tornado al país en un lugar irreconocible para aquellos que lo conocieron con anterioridad. Han surgido industrias y negocios, se han especializado otras, se ha ampliado la oferta de productos de exportación, los salarios han crecido. ¿Por qué entonces aún no se ha erradicado en forma definitiva la desigualdad y la pobreza? Habría que concluir que el esfuerzo desarrollado ha sido bueno pero no el suficiente ni el necesario.
Como tantas veces se ha dicho, el país requiere más inversión que le permita dar un salto significativo. Si bien se ha avanzado no se lo ha hecho con la intensidad que se debería, pues allí están todavía importantes cifras de desempleo y subempleo que reflejan que existe una gran cantidad de personas en edad productiva que no pueden incorporarse al mercado laboral formal.
Nada se logrará cualitativamente si se piensa que el orden de cosas mejorará con políticas que no han traído bienestar a otros países. La receta es de todos conocida. Sin embargo, empecinadamente continuamos en debates y descalificaciones insulsas que a nada conducen, cuando pese a los logros alcanzados la tarea de construir una gran nación aún se halla inconclusa.