Este periódico y sus colegas del Grupo de Diarios América divulgaron hace pocos días un amplio reportaje en el que se demostró que las ciudades más importantes de la región sufren, cada vez con mayor dureza, graves problemas de inseguridad ciudadana, delincuencia y violencia callejera.
Los datos, estudios y testimonios publicados de manera simultánea por esos medios de comunicación son enormemente preocupantes, pues muestran que la violencia urbana es un fenómeno imparable que se desarrolla y multiplica al margen de políticas públicas, ideologías, niveles socioeconómicos, estilos de gobierno y maneras de administrar los Estados y las ciudades.
En otras palabras, queda en evidencia que los mismos problemas -con distintos matices e intensidades- se presentan en Quito, Río de Janeiro, Caracas, Bogotá, Guayaquil, México, Lima, etc., y que los gobiernos nacionales y locales poco pueden hacer para frenar este terrible mal.
Los presidentes de los países afectados y sus equipos de relaciones internacionales deberían aprovechar las enormes ventajas que significa la posibilidad de mantener frecuentes encuentros, cumbres y reuniones bilaterales y multilaterales, pues las sociedades que no se sienten seguras y que sufren por ese tipo de problemas tienen grandes dificultades para producir y desarrollarse.
Sin pretender que sus agendas omitan temas de enorme trascendencia como la paz, la seguridad continental, el comercio y la cooperación internacional, los mandatarios también debieran abordar en sus reuniones regionales la solución de asuntos cotidianos que, aparentemente, no son esenciales ni trascendentes, pero que, en realidad, tienen relación directa con la calidad de vida de la población.