Olga Imbaquingo, corresponsal en Nueva York
Galápagos, al igual que el cambio climático y todas sus derivaciones, es una constante en la agenda del The New York Times, el diario más importante de Estados Unidos.
Esta vez, este diario vuelve a visitar las islas para hablar de la especie que representa el mayor peligro para las especies endémicas que inspiraron la teoría de la evolución de Charles Darin: el hombre.
“Para proteger a Galápagos, Ecuador limita la presencia de la especie de dos piernas”, titula en su nota que le da la principal foto de su portada en la edición de papel, del pasado lunes.
En la última década, el diario denuncia que la población ha alcanzado en 30 000 habitantes, al punto en que ese crecimiento ya está dañando el ecosistema, lo cual perturba a los ecologistas e incluso al gobierno.
Del Gobierno, aunque no lo dice textualmente, plantea el asunto de un doble discurso, que por un lado todavía da la bienvenida al crecimiento de la industria turística y por otro ya ha expulsado a unos 1 000 ecuatorianos pobres de las islas y está en proceso de “deportar” muchos más.
“La expulsión de inmigrantes llegados a las islas está alimentando una reacción violenta, entre los que se sienten castigados, mientras el país sigue gozando de los millones de dólares que le deja el turismo a una de las naciones más pobres de Sudamérica”.
Ejemplifica el caso de Olga, la hija de María Mariana de Reina Bustos, quien hace poco sin razón fue detenida por la policía cerca de la barriada La Cascada, puesta en un avión y enviada al Ecuador continental.
Durante décadas las autoridades no han hecho casi nada para prevenir la explosión demográfica en Galápagos, en parte animados por la industria del turismo, mientras la gente ahora empieza a llamar a la policía “la migra”. El problema es que “el mismo gobierno que controla las expulsiones de habitantes ofrece subsidios a quienes viven en Galápagos”.
En las islas además siendo un trabajador de la construcción se puede lograr un salario de 1 500 dólares, mientras en el país continental no más de 500. Un nuevo fenómeno además echa raíces en el archipiélago: hace seis años un pedazo de terreno costaba 600 dólares, hoy no menos de 8 000.
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