‘Son las peripecias de estar gobernados por un iluminado”, le contestó el anciano ratón al ratoncito que le había preguntado “¿Por qué no hay queso?”
Quizás vale aclarar que este es un cuento sobre queso, ratones, ratoncitos y los gobernantes que tenían.
“Su majestad, el rey de las tinieblas, ha manejado tan mal la economía que, a pesar de ser una comarca con un gran potencial de producción de queso, andamos en una de las peores crisis quesísticas de la historia”, completó el viejo ratón ante la mirada incrédula del ratoncito.
“¿Y qué ha hecho mal nuestro querido rey de las tinieblas?”, insistió el pequeño. El viejo ratón respiró profundo y, tomando aliento, empezó a tratar de explicar lo inexplicable: “Pues ha ahuyentado a todos los productores de la comarca y, entre ellos, también ha alejado a los que producían queso”.
“Es una larga historia -dijo el viejo mientras la tristeza invadía su rostro – lo que pasa es que el rey de las tinieblas no entiende la lógica de la producción. Para él, producir está bien, pero no está bien que quienes produzcan ganen plata. Y, claro, como a nadie le gusta producir si no va a ganar plata, muchos dejaron de producir en la comarca”.
“Nuestra comarca es rica y tenemos muchos recursos que provienen de las minas de las que sale oro negro. Pues resulta que ese oro se ha vendido muy bien en los últimos años porque en el mundo entero falta oro y su precio ha subido”. El pequeño sonrió y dijo: “¡Qué bien, ya somos ricos!”.
El viejo puso una sonrisa de ternura y replicó: “No. Ahora somos más pobres que antes. Tú bien sabes que no solo de queso vive el ratón. Pues igualmente no solo de oro puede vivir la comarca. Hoy, estas tierras solo viven del buen precio del oro negro. Los que producían cualquier otra cosa están produciendo cada vez menos. Y como el precio el oro estaba alto, hubo una época lejana en la que se creó un gran cofre en el que íbamos a ahorrar para hacer grandes factorías de queso. Pero nuestro iluminado monarca, el rey de las tinieblas, dijo que eso venía de una ideología muy rara, que estaba relacionada con una noche muy, muy larga y decidió que sus funcionarios se gasten lo que habíamos ahorrado. Y se gastaron unos mil millones de monedas y nada quedó en el cofre que iba a cubrir los costos de las nuevas queserías”.
El pequeño empezó a llorar. En su diminuta cabecita no podía entender por qué no había queso. Entonces el viejo, tratando de cortar esas lágrimas que le rompían el corazón, le dijo: “No te preocupes. Mañana se arreglará todo, va a llover y con eso la crisis del queso será cosa del pasado. Mañana, cuando llueva queso”.
El pequeño sonrió. Y con esa sonrisa llenó de alegría la comarca, mientras el viejo se esforzaba por no ponerse a llorar él mismo.