Allí está el diablo. Viste traje oscuro y tiene capa. Para hablar se pone la mano en el pecho y el pulgar izquierdo en el bolsillo de su chaleco.
Programa de rutas
Quito Eterno promueve el conocimiento del patrimonio cultural de la ciudad como aporte al sistema educativo y a la construcción de la identidad cultural.
El programa ofrece visitas guiadas a los sitios patrimoniales históricos acompañados por los personajes de la ciudad. Esta actividad junta el teatro, la educación no formal y el conocimiento histórico cultural.
Entonces, recuerda el día en que convirtieron el antiguo noviciado y casa de retiros de los Jesuitas en el hospicio San Lázaro. Allá llevaron a todos los que la ciudad no quería ver: locos, leprosos, ancianos sin familia y niños. De esa casa salieron historias que se recogen como verdaderas pero que también son vistas como leyenda.
Allí vivía un niño. Dicen que era bellísimo, de cabello negro y cachetes colorados por el frío. Era morenito, de labios gruesos y de ojos negros, como las pepas de capulí. Era tan guapo que las monjitas le hicieron un traje de ángel. Siempre estaba en las procesiones con sus alas flotando al viento y su cruz.
Cuando volvía de una de ellas, se encontró a un loco en la puerta del hospicio. Era de apellido Cevallos, cuenta la tradición. El hombre vio al niño y le dijo: “Papito qué haces aquí, este no es tu lugar, tu lugar es arriba donde taita Dios”. Le cargó y le llevó hasta las torres del campanario. Le besó y le dijo: “ Anda, y cuando llegues al cielo pide por este pobre pecador”. Cuentan que tomó al niño, lo arrojó y se estrelló contra las piedras del atrio de San Lázaro que existen hasta ahora allí. Murió. En ese mismo lugar también falleció un hombre que se creía Jesús. Era un loco que se vestía con túnicas y que para completar se dejó crecer la barba. Y como locos no faltan y menos en el hospicio, consiguió otros 12, a los cuales hizo sus apóstoles. La vida era tranquila hasta que un día les anunció que iba a resucitar y subió hasta la misma torre. De allí se lanzó. Y comprobó que en realidad no era Jesucristo.
De locos y muertes muchas historias sabe el diablo. En el siglo XIX las mejores obras de teatro se montaban en el Hospicio San Lázaro. Cada año se organizaba un evento para ayudar en la manutención del centro. Era el momento en que elegían a los locos que no estuviesen tan locos y a los leprosos que no se les notara para que se aprendieran el guión. En una ocasión escogieron al personaje equivocado, todo terminó en tragedia. El papel protagónico recayó en un hombre que antes había sido un famoso abogado pero que luego se sumió en la locura. En el momento de la obra se tomó tan en serio su papel que cuando tocó la escena de la lucha de espadas arremetió contra todos los asistentes que estaban en la primera fila. Hubo destrozos, muertos y heridos. Hasta allí duraron las obras de teatro.
No soy un diablo malvado, ni serio. Soy irónico. Quito tiene historias bellísimas pero también oscuras y es necesario un
diablo para que recuerde estas cosas.El diablo sabe estas y otras historias. Su mejor truco es hacer creer a la gente que no existe, por eso puede darse el lujo de contar las historias desconocidas y vergonzosas de la ciudad. Y quizá es de los pocos que recuerda que ‘El mentidero’ es el verdadero nombre de la Plaza Grande, lugar a donde la gente iba a practicar el chisme, el deporte más antiguo y vigente.
Quito es una ciudad construida por Dios y el diablo. Tiene cosas buenas y malas. Algunas se han escrito en textos y las que causan vergüenza se las ha escondido hábilmente. El diablo con sus mañas las conoce casi todas. Él sabe que la capital siempre tuvo fama de ser una ciudad inmanejable, revoltosa y terriblemente pecadora.
En el siglo XVII, los obispos tuvieron que emitir ciertos decretos para esconder algunos excesos. Prohibieron que los sacerdotes quiteños asistan a los matrimonios, bautizos o funerales de sus hijos y nietos sean legales o ilegítimos. En cambio, los religiosos del siglo XVIII se ofuscaron con algunas mujeres de la época. La moda francesa que empezó a enloquecer a las féminas. Sus corpiños apretados y sus escotes generosos alteraban a los obispos y más cuando veían que ingresaban a misa completamente cubiertas el rostro con sus velos, pero con el busto tan exuberante y provocativo que había poco que dejar para la imaginación.
El diablo tiene tantos nombres. En la Biblia le dicen Legión. También le conocen como Belcebú, Asmodeo, Mefistófeles, Mandinga. Prefiere que se lo llame Supay, porque es aquel con el que lo conocieron los indígenas, antes de la llegada de los españoles. Además, allí no es ni bueno ni malo, solo cumple los deseos de la gente y es el señor encargado del mundo de los muertos, que vive en las quebradas.
Este personaje ha sido testigo de las ironías de la vida. ¿Acaso alguien sabe a quién debe su nombre la calle más bulliciosa de Quito conocida como Calama? Hace más de 200 años llegó a Quito uno de los obispos más extravagantes que ha pisado suelo quiteño. Era amante de la moralidad. Su comportamiento generó un sinnúmero de chismes. Cuando se enteró, decidió hacerse un juicio público. Al principio pidió al presidente de la Audiencia que lo juzgase, pero no quiso. Luego lo hizo un sacerdote y lo encontró inocente. No aguantó más y se fue de Quito, despotricando contra todos. Iba camino a Acapulco, pero su barco naufragó antes de llegar.
Quizá el diablo es el único en reconocer que las campanas de Quito hablan. Talvez si pone un poco de atención pueda notarlo. Cuenta que las de la iglesia de La Merced, con su voz baja, dicen: “Hay baile, hay baile”. Luego contestan las medianas, como las de La Catedral, diciendo: “Dóonde, dóonde”. Y finalmente responden las más pequeñas, como las de La Concepción, con una voz cantarina y alegre: “Aquíiii, aquíiii”.
En realidad ese diablo que aparece en los momentos intensos de la ciudad tiene nombre y apellido. Es Javier Cevallos, un hombre que ha desenterrado todas estas historias para ponerlas en la boca de un personaje que siempre ha estado presente. Ahora, él recorre las calles de Quito contando estas cosas dentro de un programa educativo de la Corporación del Centro Histórico conocido como Quito Eterno.