La Universidad ecuatoriana ha vuelto a llenarse de vergüenza, oprobio y dolor como consecuencia de un acto vandálico y brutal de quienes dicen representar a los estudiantes desde una supuesta ideología de izquierda revolucionaria.
La agresión de este martes contra el Rector de la Universidad Central, una de las instituciones de educación superior más importantes en la historia del país, dejó en evidencia, una vez más, el daño que puede hacer una organización política cuando distorsiona sus valores y principios al punto de olvidar su deber moral y convertirse en intolerante defensora de privilegios partidistas.
En situaciones tan graves como esta, lo más prudente y oportuno sería que tanto Gobierno como sociedad civil se unan en una sola voz para enfrentar con la razón y la inteligencia a quienes solamente entienden la lógica del garrote.
Afortunadamente, esta vez los ecuatorianos han reaccionado de manera rápida y contundente para expresar su repudio. Distintos sectores han hecho pronunciamientos claros en rechazo a la violencia como herramienta para intentar imponer criterios y opiniones, no solamente en el caso del conflicto en la Universidad Central sino, por extensión, en todos los delicados y cruciales asuntos que en este momento el país debate.
El país espera que ese lamentable episodio sea el punto final de una manera obsoleta y equívoca de entender el manejo de las instituciones educativas públicas y de la política en general.
El Régimen, las autoridades universitarias y los ciudadanos deben aportar con decisión y firmeza a que se ponga fin a prácticas que, si quedan impunes, podrían contaminar a toda la sociedad.