Casi siempre – o siempre- las revoluciones se hacen y se generan desde abajo y nunca desde el poder: en las calles y no en las oficinas públicas. Si seguimos a Octavio Paz la revolución es reflexión y espontaneidad: una ciencia y un arte, filosofía en acción, la crítica convertida en acto y la lucidez de la violencia (Corriente Alterna).
Por eso las revoluciones no pueden ser propiedad inalienable e imprescriptible de los gobiernos de estación o de los movimientos políticos temporalmente mayoritarios. Los gobiernos que pretendan imponer la revolución desde los anhelos del poder omnímodo e ilimitado, desde los delirios del poder desbocado y frenético, desde las entrañas mismas de la prepotencia y a partir de sus aspiraciones de dominación, necesariamente devendrán en regímenes autoritarios y de fuerza. La idea de que la revolución es marca registrada y monopolio de los gobiernos de época es falsa en sí misma y peligrosa por definición. No cabe sostener, por tanto, que las revoluciones se originan y se imponen desde el poder, de mano de los poderosos y de los dominadores. Es falso, pienso, que haya revoluciones imperativas, revoluciones de manual a las que haya que plegar a pie juntillas y a las que haya que obedecer.
Las revoluciones, además, tienen por objetivo defender a la gente de los excesos del poder y no, por el contrario, dotar de todavía más poder a los gobernantes para que sometan a la ciudadanía. La lógica de la democracia es la inversa, exactamente: es el Estado el que se somete a la ciudadanía y no viceversa. Es el ciudadano el que fiscaliza al Estado y no al revés.
Es la persona la que tiene derecho de que los políticos le rindan cuentas y en ningún caso de forma distinta. Una sistema que busque dotar de más poder al poder, exprimiendo a la persona en el camino, tratando de dictarle cómo pensar, amordazándola y amarrándola de una vez, reprimiéndola si fuera necesario, será cavernario y jamás revolucionario.
Si los ilustrados franceses dieciochescos (ellos sí pelucones) se deshicieron de sus reyes absolutos fue por evitar los excesos de poder y en afán de crear una sociedad democrática y libre. Si los ingleses (un siglo antes) le pusieron coto a los poderes de la corona fue, justamente, para fundar la monarquía parlamentaria que, rasgos más rasgos menos, funciona satisfactoriamente hasta hoy. Si las colonias estadounidenses protagonizaron una revolución para librarse de Jorge III fue para fundar un sistema basado en libertades, igualdades y la búsqueda de la felicidad.
Las revoluciones gubernamentales son falaces. Las revoluciones obligatorias, mercadeadas por radio y televisión, son más falsas que moneda de trapo.