El mapa político latinoamericano está cambiando a tiros. La violencia es el problema mayor de Venezuela. Así lo perciben los venezolanos de acuerdo con las últimas encuestas. Eso se refleja en la caída de la popularidad de Hugo Chávez. Caracas es una de las tres ciudades más peligrosas del mundo.
Honduras, El Salvador y Guatemala son también unos impresionantes mataderos, como no se cansa de denunciar, a riesgo de su vida y sufriendo persecuciones, la periodista radial guatemalteca Marta Yolanda Díaz-Durán.
Nicaragua, Costa Rica y Panamá tienen tasas de homicidios tolerables, pero con una tendencia a subir que los electores castigan en las urnas. Esa situación contribuyó a darle la victoria al panameño Ricardo Martinelli y, sorpresivamente, ha impulsado hasta el segundo lugar al candidato costarricense Otto Guevara, un libertario moderado, de notable reputación internacional, quien pudiera convertirse en presidente si Laura Chinchilla, representante del oficialismo, no gana en primera vuelta con un 40% de los votos. Guevara ha hecho de la “mano dura” su tema favorito de campaña y sus compatriotas responden.
El problema de la “mano dura” es que cuesta mucho y es muy difícil. No sólo se trata de poner más policías en la calle. Es necesario endurecer la legislación para que los jueces no deshagan las detenciones. Hay que aumentar la vigilancia electrónica, infiltrar las organizaciones de criminales, recompensar a los informantes, tecnificar a los policías, impedir que se corrompan y castigarlos cuando lo hacen, mejorarles los salarios, fabricar cárceles, multiplicar los tribunales e invertir más en el “sistema de justicia”, para que no suceda como en Brasil, Venezuela o México, donde las cárceles se han convertido en feudos manejados por los delincuentes.
Se necesitan psicólogos adiestrados en las técnicas de William Glasser que puedan modificarles el comportamiento. Una vez que los delincuentes juveniles son capaces, como ocurrió en Guatemala, de asesinar a un maestro, arrancarle el corazón y jugar con él al fútbol, ya no hay otra cosa que encerrarlos y tirar la llave al mar.
¿Cuesta mucho la “mano dura”? Talvez, pero infinitamente menos que no dominar y encarcelar a los delincuentes. Especialistas mexicanos calculan que la inseguridad le cuesta al país el 8% anual de su PIB.
Los inversionistas extranjeros se lo piensan dos veces antes de llevar sus capitales a estos lugares violentos y los nacionales se largan acosados por la inseguridad. España y EE.UU. han recibido a millares de ciudadanos emprendedores y creadores de riqueza que huyen de los matarifes locales que los asustaban.
Quienes tienen poca razón, pero esa poca que tienen no les sirve para nada, son quienes suponen que la causa de tanta delincuencia radica en las escasas oportunidades económicas que existen en las sociedades latinoamericanas.