Redacción Sierra Centro
En las calles del cantón Píllaro, a 30 minutos de Ambato, los comerciantes alistan sus puestos de comida. El aroma de la fritada inunda el ambiente del centro de esta ciudad tungurahuense, que celebró, el sábado, el segundo día de la Diablada pillareña, que se realiza desde el 1 hasta el 6 de enero.
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Este año participarán hasta el 6 de enero 10 partidas de los barrios de Urbina, Marcos Espinel, Chacate El Carmen, Cochaló, Guanguibana, Tunguipamba, Robalinopamba, San Vicente, Santa Rosa, Escuela de Danza y Nuevo Rumihuayco. Cada una está integrada por 300 personas.
En el desfile intervienen hombres y mujeres de todas las edades como diablos y guarichas, también conocidas como carishinas. Estas apartan al público para que pase la comparsa.
La danza se inicia a las 14:00, en el centro del pueblo. Dura dos horas. Luego de ello descansan.
A las 20:00 salen los diablos con las caretas más grandes, algunas miden más de 1 metro.Decenas de personas colocan sillas y bancos sobre las veredas alrededor del parque 24 de Mayo para ver el desfile. Muchos querían participar de esta celebración, que cumple su primer año desde que fuera declarada Patrimonio Intangible.
Manuel Chiluisa trajo dos taburetes de plástico desde Latacunga. “Es difícil ver las comparsas, porque hay miles de personas. Por eso llegamos temprano para ganar puesto y con nuestros propios asientos”, comenta sonreído.
Mientras el pueblo se llena de visitantes, en los barrios altos del cantón los pillareños se preparan, desde temprano, para el desfile que arrancaría a las 14:00. El sábado desfilaron cinco comparsas hasta las 22:00.
En el barrio Tunguipamba, a 6 km del centro de Píllaro, la ‘abuela Rosita’, como la llaman ahí, prepara la fritada en una paila de bronce de 50 cm de diámetro y calentada con leña. La comida era para 300 disfrazados que iban a participar en la ‘partida’, como se llama a las comparsas.
La mujer de 74 años está en el patio de tierra de la casa de Mónica Campaña. Ahí, ella recibe a los diablos, a las parejas de línea, a las guarichas y a los integrantes de la banda de pueblo. Juntarse en esta casa es una tradición que se repite desde hace 10 años.
Cerca del mediodía, los danzantes se concentran en el lugar, luciendo los trajes que mandaron a confeccionar en octubre del año pasado. También se colocan las caretas de diablos por las que pagaron entre USD 150 y 300.
Según explican las personas más adultas de la zona, la Diablada simboliza la rebelión del pueblo indígena contra las familias aristocráticas.
Ítalo Espín, director del Departamento de Cultura del Municipio de Píllaro, indica que la Diablada empezó en el tiempo de la Colonia. “Los terratenientes hacían grandes celebraciones y los trabajadores debían bailar a su alrededor para protegerlos. Pero luego los campesinos incorporaron las máscaras de diablo para espantar a todos los extraños”.
A 2 kilómetros de Tunguipamba, en el barrio de Cochaló, Abel Guayta también se alista para
el desfile. La banda del pueblo toca sin parar sanjuanitos y otras veces albazos.
Él está vestido de rojo, conserva su traje desde hace cinco años. Este militar, de 34 años, cuenta que ha bailado en la Diablada desde los 14 años. Para él esta fiesta significa vida. “Cuando yo estoy vestido de diablo siento que la adrenalina circula por mi sangre”.
Los diablos lucen un pantalón rojo que va solo hasta las rodillas. Una camiseta negra. Además, usan mallas rojas, zapatos negros de lona, una capa roja con filos amarillos, guantes negros, un látigo, un ‘asustador’ (antes se utilizaban animales vivos como culebras, zorrillos, armadillos… ahora son disecados o de felpa). También tienen una peluca negra o de otros colores. El cabello llega hasta la cintura y algunos incluso llevan coronas.
Antiguamente, las máscaras se hacían de papel y con cuernos de venados, que se cazaban en los bosques de Los Llanganates. Pero en la actualidad, con el fin de conservar las especies, se elaboran con cuernos de papel, metal y algunos con cuernos de toros muertos.
En Píllaro existen 20 artesanos que fabrican las máscaras. Todas son diferentes. Sus precios varían desde USD 50 hasta USD 300. El valor depende de los adornos que lleve. Por ejemplo, Fabián Quishpe mandó a realizar una máscara de diablo que tiene pintado un dragón verde. Esta mide 1 metro de alto por 50 cm de ancho. Le costó USD 150.
En la tarde la música de las bandas de pueblo invade el centro de Píllaro. La gente se asoma a las ventanas, otras a los balcones. Las ‘partidas’ llegan al parque 24 de Mayo. Desfilan alrededor de las tres cuadras principales del centro. Los diablos invadieron el pueblo, pero ahora ya no asustan tanto, sino que causan deleite a sus espectadores. Efraín Moya, de 74 años, era uno de los espectadores. Él dice que lo bueno de esta celebración es que sigue intacta entre los pillareños.