Redacción Siete Días , IPS
Dos periodistas de prestigio acaban de publicar un libro inesperado. Lleva el título de ‘God is back’ (Dios ha vuelto), con el subtítulo de “Cómo el despertar global de la fe está cambiando el mundo”. Sus autores son John Micklethwait, director del semanario The Economist, y Adrian Wooldridge, delegado de la publicación en Washington.
Cerca de 2 000 la usan en París
La discusión en torno al burqa se agitó desde que el presidente Nicolás Sarkozy declaró, en junio de 2009, que la prenda no tenía lugar en Francia.
El ministro de Inmigración, Eric Besson, declaró hace pocos días que “Francia sigue siendo un país abierto”, con una tradición de recepción de los inmigrantes.
El Ministerio francés del Interior calcula que 2 000 mujeres, en una población de 65,4 millones, utilizan este tipo de vestimenta, sobre todo en los suburbios de París. Quienes lo visten en los distritos más ricos de la capital suelen ser turistas adineradas de Medio Oriente.
Los juristas dicen que la prohibición sería difícil de aplicar y que el asunto podría terminar ante la Corte Europea de Derechos Humanos.El libro contiene todo tipo de datos respecto a las creencias en el mundo de hoy y su impacto en la vida pública y privada de muchos países. Y quizá al leerlo se pueda comprender por qué estas preguntas son recurrentes y cruciales en la realidad contemporánea: ¿Una mujer en Francia puede usar el burqa y seguir siendo francesa? ¿Una inmigrante con esa prenda, que le cubre todo el cuerpo y el rostro, puede integrarse a la sociedad?
La polémica es parte de una discusión sobre la identidad nacional previa a las elecciones regionales de marzo.
La semana pasada, un informe del Parlamento francés recomendó la prohibición parcial de esa vestimenta tradicional musulmana porque, sostuvo, constituía un “desafío inaceptable” para la República francesa.
El informe, presentado tras seis meses de deliberación oficial, recomienda que el burqa, o velo de cuerpo completo, sea prohibido en escuelas, hospitales, oficinas estatales y el transporte público. Eso implica, por ejemplo, que un conductor de autobús puede negarse a aceptar a una pasajera vestida con esa prenda.
Los autores de ‘God is back’ afirman que desde la Ilustración del siglo XVIII ha existido un cisma en el pensamiento occidental sobre las relaciones entre la religión y la modernidad.
El cisma se remonta a las dos revoluciones que han perdurado desde entonces: la europea y la norteamericana. Los europeos, en general, sostienen que la modernidad marginaría la religión, mientras que los norteamericanos permitieron que religión y poder pudieran cabalgar juntos. El debate es muy viejo. San Agustín fue quizás el primero en insistir en que razón y fe eran compatibles, idea que ha expresado sólo hace unas semanas el actual Papa. Pero no todos están sintonizados con esta idea…
“Nos preocupa mucho que las restricciones interfieran seriamente con los derechos de las mujeres musulmanas en Francia… a manifestar su religión” y “a la autonomía personal”, comentó Judith Sunderland, investigadora para Europa Occidental de la organización de derechos humanos Human Rights Watch.
“Definitivamente somos contrarios a todo tipo de medida absoluta. Pero las medidas graduales también violarían los derechos y serían contraproducentes porque no ayudarán a las mujeres que posiblemente utilicen el velo por la fuerza, y violaría los derechos de quienes eligen usarlo libremente”, agregó.
Para muchos, la medida contribuirá con la estigmatización del Islam y de los musulmanes en general. Por tanto sería, sencillamente, una pésima idea, que pone en evidencia cómo las diferencias se van ahondando en las sociedades más cosmopolitas.
Religiosidad, inmigración, hegemonía… son algunos de los ingredientes de esta polémica que evidencia una pugna de cultural de escala mundial.