La oposición al presidente Álvaro Uribe ha crecido en número y variedad.
Desde la tradicional del partido de izquierda Polo Democrático hasta una uribista que se siente incómoda con un segundo zarpazo a la Constitución del 91 para otra reelección y, en cierta medida, cansada de tanto Álvaro Uribe desde que amanece hasta que anochece.
Parecería resonar la predicción popular que dice: es bueno el cilantro, pero no tanto.
Hubo señales en el primer gobierno del presidente Uribe de que había cierta desconfianza internacional hacia su persona y su gobierno, aún desde los Estados Unidos.
De que la Seguridad Democrática ni en uno ni en cuatro años había acabado con las FARC y eso quería decir que iba a caer en insuficiencias de presupuesto y crecientes demandas militares mientras las FARC se acomodaban, sin mayor costo, a una indefinida guerra prolongada.
Hubo señales también de que la inversión social no era ninguna prioridad y la guerra continuaba aumentando los desplazados, los desempleados y una miseria cruel y contraproducente que se irrigaba por Colombia.
Existieron síntomas de que todas las ventajas dadas a los inversionistas golpeaban a varios sectores de la industria nacional, al tiempo que el Gobierno se desarmaba contra la crisis financiera mundial.
Era desde entonces predecible el aumento del déficit de gobierno y público.
Hubo síntomas de que desde el Gobierno había una extrema rigidez en todo lo relacionado con las FARC pero una laxitud con los paramilitares, lo que indicaba que su rearme y delincuencia estaban por venirse.
Hubo también indicaciones e indicios de relaciones inaceptables entre miembros del Gobierno y el paramilitarismo, lo que podría degenerar en crímenes de Estado y fortalecimiento de la corrupción.
Los “falsos positivos” y la parapolítica no se hicieron esperar en el segundo Gobierno.
El presidente Álvaro Uribe continúa respondiendo con garbo todas las críticas que le hacen, pero eso no resuelve ninguna situación.
Por el contrario, prolonga su encubrimiento y la necesidad de conocerla a fondo para darle las respuestas respectivas.
El Presidente repite sin saciedad todos los grandes logros de su Gobierno, pero nadie se está quejando de sus logros, de lo que estamos preocupados es de los problemas.
Lastimosamente, la actividad del Presidente es la de alguien que tiene la misión de publicitar constantemente todos sus logros y autodeclararse correcto a toda prueba.
Está comprobado que al Presidente no lo distrae nadie ni nada de su eterna campaña electoral.
Si este segundo Gobierno ha sido muy complicado, del tercero no quedará duda.
Peor cuando su teflón sigue adelgazándose.
Analista colombiano