Redacción Cultura
El público, inmerso en su cotidianidad, ha tomado asiento. La iluminación, el color y la música invitan a la contemplación de los movimientos que se aprecian sobre escena. Entonces, el espacio adquiere la atmósfera de un templo, cuya solemnidad se rompe solo con el aplauso final.
El Festival Internacional Mujeres en la Danza, a más de presentar las tendencias contemporáneas de este arte, ha mantenido expresiones de mística.
En ellas, los artistas invitados ofrendan su cuerpo al ritual, y adaptan sus formas para el hecho escénico y el goce estético de la audiencia.
En la octava edición de este encuentro, las danzas butoh y sufí han vuelto a compartir cartel. Lo hacen con los recitales giratorios del turco Ziya Azazi y con los unipersonales del chileno Iko Lee Rojas y la ecuatoriana Susana Reyes, directora del Fimed.
Estas manifestaciones culturales, que provienen desde latitudes distantes, conjugan los recursos de la puesta en escena y el espectáculo con los valores de lo sagrado y lo espiritual, valores que se expresan desde la tradición, el contexto social y el carácter simbólico de sus elementos.
Butoh
El butoh, una danza para renacer en un nuevo cuerpo
Tras el bombardeo a Hiroshima y Nagasaki, en el Japón de la posguerra, se inició una de las manifestaciones artísticas más trascendentales de la isla: la danza butoh.
El choque destructivo de Occidente y Oriente motivó la reflexión sobre las relaciones entre la materia y el espíritu, y para que el hombre sobreviva fue necesario renacer desde las tinieblas dejadas por la guerra.
Esto conllevó a la búsqueda de un nuevo cuerpo. “El cuerpo que nos ha sido robado”, como dijo Tatsumi Hijitaka, maestro que junto a Kazuo Ohno, comenzó el butoh. Las posibilidades de esta danza se hallan en una serie de acciones simples y naturales, pero requieren de capacidad corporal.
Estos son extremadamente lentos, en su desarrollo se coordinan cabeza, muñecas, piernas y tobillos. Los ojos, a menudo desorbitados, buscan mirar hacia adentro, dialogar con el interior. Además, el butoh propone una reflexión del cuerpo sobre el cuerpo: mediante la improvisación, deja que él hable por sí mismo. La idea es no pensar el hecho, si no sentirlo.
Durante la búsqueda de la nueva estructura física, el bailarín deviene en distintos objetos, figuras o cuerpos, es flor, es animal, es agua o polvo, hasta que halla su lugar en el cosmos.
Para extraerse de elementos externos, no hay decorado o vestuario determinado; generalmente, el intérprete esta desnudo o con el cuerpo vestido o pintado de blanco. La belleza que expresa contiene una distinción silenciosa y recatada.
El butoh llegó a Latinoamérica en los ochenta, la mayoría de representantes está en Argentina y Chile. La ecuatoriana Susana Reyes (fotos), lo conjugó con valores étnicos andinos y propone un butoh andino.
Sufí
La danza sufí busca a Dios con los giros del cuerpo
Desde las arenas del norte de África y de Oriente Medio, los derviches (sufís islámicos) buscaban contactar con su Dios. Para ello, debían despojarse de todo lo mundano, purificarse y ascender a los cielos.
El sufismo se originó en Persia y se desarrolló con el Islam. Dentro de sus manifestaciones místicas se incluyen la meditación, la oración, el ayuno, la música, la poesía, los cuentos y la danza. Esta última busca la comunión con la deidad a partir de giros sobre un mismo eje y en dirección al corazón, los cuales permiten llegar a un estado de éxtasis. El giro también halla similitudes con el movimiento de los planetas.
La mano derecha del bailarín se coloca extendida hacia lo alto con la palma ‘mirando’ hacia el cielo, mientras que la mano izquierda se dirige hacia la tierra. De esta manera el hombre se convierte en un mediador entre ambos mundos, entre lo infinito y lo finito, recibe bendiciones y las reparte a sus pares.
Para convertirse en ese mediador, el bailarín debe vaciarse, purificarse. Por ello, lleva simbólicamente largas faldas de lino o algodón, llamadas tanuras, que llegan a pesar 13 kilos.
Estas representan a su alma, en un inicio cargada de aspectos mundanos, pero mediante los giros, tras darse golpes en el pecho y mesarse los cabellos, llega a limpiarse y a elevarse hacia los cielos. En algunas danzas también se llevan gorros cónicos que fungen de mortajas para el ego.
La danza se practica en grupos o en solitario, sus exponentes se distribuyen en Egipto y Turquía. Ziya Azazi realiza la danza hasta con tres tanuras de diversos colores que pintan su espectáculo, juegan con el espacio escénico y la luz.