Las amigas más cercanas de Fátima Rostom, una joven musulmana practicante de 23 años, son “una católica superpracticante, una atea impresionante y otras ‘pasotas’ (indiferentes a todo)”, relata entre risas.
Esta madrileña de padres sirios maneja un lenguaje jovial, viste ‘jeans’ y un abrigo de moda, pero se muestra determinante frente a sus creencias religiosas. Usa el hiyab –velo islámico– desde los 13 años. “Mucha gente no lo entiende. Creen que llevarlo es de siglos pasados, porque antiguamente en España también se lo ponían. Supuestamente han evolucionado y quieren que nosotras lo hagamos”, subraya esta licenciada en terapia ocupacional y estudiante de Psicología.
Para ella la explicación es simple: “Nuestra religión es única, no hemos cambiado nada en ella y tenemos que seguir llevando el pañuelo porque es uno de sus pilares”.
Aunque formalmente el uso del hiyab no es parte de los cinco pilares del Islam (fe, oración, limosna, ayuno -Ramadán- y peregrinación a La Meca), para las practicantes es fundamental porque el mandato de llevarlo –dicen– le fue revelado al profeta Mahoma. “Una aleya del Qur’an (Corán) explica perfectamente que nos lo debemos poner”, dice Fátima.
El objetivo sería proteger a la mujer de las “miradas tentadoras”. Por ello debe ir completamente tapada, con ropa holgada para esconder su silueta, solo puede mostrar las manos y el rostro y no debe maquillarse. La forma adecuada de llevar el hiyab –explica Fátima– es cubriendo el cabello y las orejas.
Según las creencias musulmanas, la belleza femenina radica en el cabello, al taparlo se protege a la mujer y a la vez se le da libertad de mostrarlo a quien ella quiera, entendiéndose que será solo a su esposo.
La madrileña Rifkat El hichou L’biari va más allá. Para ella, el hiyab es un signo de identidad y lo viste “para publicar” su religión. Se lo puso a los 14 “por voluntad propia” y se siente orgullosa de llevarlo.
Esta estudiante de Periodismo de la Universidad Rey Juan Carlos sueña con conducir un informativo de televisión puesta su pañuelo. Tiene 23 años y mira con molestia la intención de algunos sectores de prohibirlo en ciertos espacios públicos. “Sería irse contra la libertad. Son los mismos que nos juzgan de no ser libres, los que quieren imponernos algo. Yo he elegido libremente llevar pañuelo. Puedo decir que mi felicidad, libertad e identidad están en él”, dice esta hija de marroquíes de sonrisa fácil y piel luminosa.
Parte de la tarea de Amina El Mejnaoui, presidenta de la Asociación por la Igualdad y Apoyo a la Mujer Árabe, es hacer que la sociedad española entienda mejor a los musulmanes. “Hay que aclarar que el hiyab es un elemento religioso, no es político, ni cultural, ni tiene que ver con la tradición”, señala esta originaria de Casablanca.
Amina, quien ya vive 20 años en España, está convencida de que buscar demasiadas explicaciones no tiene sentido “¿Por qué los cristianos van a misa el domingo y los musulmanes el viernes? Son cosas que están dadas y las cumples si eres practicante”.
La hermana de Fátima, Asma Rostom, de 21 años y estudiante de Medicina en la Universidad Complutense de Madrid, también recurre a ese mandato que ella entiende como divino. “Llevo el velo porque lo tengo que llevar. Soy una musulmana que cumple las normas. Esta es una más”.
Por eso le cuesta entender a los creyentes no practicantes “lo veo contradictorio”, dice, y aclara que desde su punto de vista el velo no es opcional.
Desde pequeñas, sus padres les inculcaron que cuando llegara la menstruación –símbolo de la transición de niña a mujer– debían llevar el pañuelo. Lo asumieron sin problemas. Por eso Fátima ve improbable que su niña de 4 años- se casó a los 17 años y está divorciada- le diga, cuando tenga 15, que no quiere llevarlo. “Cuando inculcas bases es muy difícil que tus hijos no las sigan, los niños suelen hacer lo que ven”. Pero medita y abre una posibilidad al debate “si está decidida, no le puedo obligar, me tendré que aguantar”, dice con un hondo suspiro.
Lo sabe Amina El Mejnaoui, cuya hija de 19 años le dijo: “Mamá, no estoy preparada para llevar el velo”. Amina lo viste, de color fucsia durante esta entrevista, y lo acompaña con una ropa moderna y alegre. No esconde cierto sentimiento de culpa por no haberle insistido más.
“No quería presionarla, yo también lo usé tarde, a los 22 años. Confío en que algún día quiera llevarlo”, cuenta.
Está convencida de que la mayoría de musulmanas viste el hiyab por una responsabilidad religiosa, pero no niega los numerosos casos en los que se reduce a la tradición, cultura o a la presión de padres y esposos.
También reconoce que un 40% de hombres que pide a su cónyuge e hijas portar el pañuelo lo hace por una cuestión de imagen. “Conozco padres que exigen a sus hijas usar el velo pero no rezar. Tienen miedo de que se dude de su poder como hombre si no lo llevan”, relata Amina.
“En la cultura árabe importa muchísimo el qué dirán”, recalca Mina Tadili, presidenta de la Asociación Integra Fuente de Sanz, musulmana no practicante. No usa velo, no reza cinco veces al día y no ayuna en el Ramadán. “¿Se puede ser buena musulmana y no llevar el velo? Claro que sí. A veces somos más buenos que los que van a la mezquita todos los días. Pasa en todas las religiones”, dice convencida.
Con 20 de sus 41 años en España, ella cree que el velo islámico es “más costumbre y tradición”.
Mina se une a las interpretaciones feministas, según las cuales en ninguna parte del libro sagrado se ordena a las mujeres cubrirse con el velo.
Ndeye Andújar, vicepresidenta de la Junta Islámica catalana y directora del prestigioso portal Webislam, en su artículo ‘El velo, ¿principio fundamental del Islam?’, lo explica: “En el Corán la palabra “velo” (hiyab en árabe) aparece ocho veces. Ninguna de ellas hace referencia al velo para cubrir el pelo, sino en el sentido de “cortina”.
La escritora marroquí Fátima Mernissi en su libro ‘El harén político’ –citada por Andújar-, relata el contexto histórico en el que se dio la revelación. En la boda de Mahoma con su prima Zaynab algunos de los asistentes, en una muestra de indelicadeza, no se marchaban para dejar a la pareja a solas. “La aleya del hiyab ‘descendió’ en la alcoba nupcial, para proteger su intimidad y excluir a una tercera persona”, explica Mernissi. Es decir el hiyab o cortina sirvió para separar la intimidad frente a lo público.
Según estas mismas interpretaciones, el Corán sí incluye referencias sobre no mostrar los “atractivos” de las mujeres en público, pero en ningún caso se recurre a cubrir el cabello o usar el hiyab.
Para Elena Arigita, investigadora principal del Instituto de Estudios Árabes y del Mundo Musulmán, llevar velo o no depende de las interpretaciones del Corán, “son tan diversas como diverso es el mundo musulmán”, aclara. “Hay que tener en cuenta que las lecturas de que las mujeres deben cubrirse las han hecho sociedades patriarcales, pero también es cierto que en el entorno sociocultural en que se dieron tienen sentido esas explicaciones”, asegura esta investigadora.
Tanto Fátima y Amina como Rifkat descartan sumisión o machismo en el uso del velo. Al menos en su caso no ha sido así. “A mí ningún hombre me ha pedido que me lo ponga”, dice Asma. Sus correligionarias coinciden. Y argumentan que –pese a lo que suelen creer sus detractores– la religión musulmana no es machista.
“Nuestra religión ha defendido desde hace siglos los derechos que defiende Europa ahora: a estudiar, a divorciarse (el Islam permite el divorcio civil y religioso), a decir no cuando quiera, a trabajar y que su dinero sea para ella, pues no está obligada a aportar en casa, mientras el hombre sí, y condena la violencia de género”, explica Amina. Aunque reconoce que hay muchísimos musulmanes que interpretan el Corán con ojos machistas.
La intolerancia es producto del desconocimiento. Esa es la conclusión de estas mujeres sobre su aceptación en la sociedad española. “Muchas profesoras les dicen a las chicas: yo te voy a ayudar a quitar el velo porque sabemos que lo usas a la fuerza, y las niñas tienen que responder: No me ayudes, lo llevo porque quiero”, cuenta Amina, con experiencia de mediadora en estos casos.
A Asma una mujer le dijo: “para hablar conmigo quítate eso de la cabeza” y a Rifkat unos jóvenes le gritaron “Vete a tu país”, ella les respondió “ya estoy en él”.
Ellas quieren ser aceptadas como mujeres normales, pero no uniformes, como se tiende a verlas. Van al gimnasio, salen de compras, ven televisión y cada vez que pueden quedan para tomar café con los amigos. No beben alcohol y no les gustan las discotecas.
“La amistad no es solo ir de cañas, yo quedo para comer, viajo con amigas. Me gustaría ir a Ecuador porque tengo muchas amigas de allí. La religión musulmana no es obstáculo para llevar un vida normal”, concluye Amina.