Paola Gavilanes
El olor que emanan sus prendas y sus cuerpos ya no les molesta. Edwin (45 años), Cristian (32), Juan (40) y Wilson (34) se acostumbraron a ello, tras 18 años de vivir en la calle.
Ahora, sonríen a los peatones que transitan por la acera de la calle Riofrío, en el centro norte. Antes, recuerda Cristian, eran agresivos y hasta arrebataban sus pertenencias a la gente.
15 indigentes
pernoctan diariamente en una de las aceras de la calle Riofrío, en el centro norte.Los cuatro amigos se apropiaron de esa calle en 1992, junto a 11 indigentes. En su época juvenil, libaban ahí, después de cometer atracos. Esa calle se volvió familiar para ellos, que cuando sus esposas los echaron de sus hogares, hicieron de la Riofrío su casa. Allí duermen, comen y hasta sueñan.
“Nosotros robábamos desde chiquitos. Después nos gustó el trago y por borrachos estamos en la calle, pero eso no nos molesta”, dice Juan, mientras se colocaba una capucha sobre su cabeza para aplacar el frío nocturno. Para estar más tranquilos, compraron un perro en el mercado de San Roque, al que nombraron Payaso.
Sus ladridos ahuyentan a los peatones que, temerosos, cambian de acera. Ese perro ha impedido que en horas de la mañana otros mendigos les arrebataran las sobras de comida que los hombres recogen en los restaurantes.
Payaso, sin embargo, no ha podido evitar que otros indigentes hurtaran las pertenencias de sus cuidadores durante la noche. Ni que los policías les despojaran de su ropa para después golpearlos .
“Los negros siempre vienen y nos roban las cobijas. Nosotros no les hacemos nada porque son grandotes y nos pegan, como hacen los policías”, cuenta Wilson, en voz baja.
La calle Riofrío se convirtió en el refugio de Edwin cuando su esposa lo echó de su casa y se fue a España. Así lo afirma el hombre de 45 años, quien entre sollozos repite: “mi corazón aún la extraña. Pero las cosas son así y aquí estoy bien”.
Wilson, en cambio, llegó a este lugar tras ver morir a sus padres y a sus dos hermanos, mientras que Juan y Cristian lo hicieron tras abandonar la Correccional y ser olvidados por sus esposas.
“Ellas se cansaron de nosotros y nos votaron. Pero ya estamos acostumbrados”, dice Juan. El hombre, que solo conserva cuatro dientes dentro de su boca, sufre de epilepsia. Por tantas caídas y desmayos ha perdido el 90% de su dentadura.
“Ese loco está caminando y de repente se cae y se pone a temblar. Ahí es cuando se golpea la cara”, dice Cristian, su amigo inseparable.
Ambos personajes, con marcadas lacras en su rostro, recorren las calles vendiendo a los transeúntes caramelos de tamarindo, maní y mora. No confiesan cómo obtienen el dinero para comprar los dulces.
Las ganancias usan para comprar una botella de aguardiente (puntas). Con el sobrante van en busca de pan, arroz… Cuando el dinero no les alcanza mendigan un plato de comida en los restaurantes del sector.
Francisco Andrade, sonriente, parece conforme
Es quiteño y tiene 45 años; y al igual que los otros indigentes recibe con una sonrisa a las personas que acuden al portal de la iglesia Santa Catalina para entregarles un plato de comida y una cobija.
Andrade, que repite una y otra vez que es sobrino del ex presidente León Febres Cordero, duerme en los portales de las iglesia de centro, desde 2008. Andrade vivía con su esposa Marta y sus 10 hijos. Pero a raíz de que ella emigró a España el hombre optó por deambular por la calle y dormir en los portales de las iglesias.
Cuando quiso retornar a su domicilio, ubicado en la Ciudadela Ibarra, al sur, su hijastra María Belén se lo impidió. Desde entonces, camina todo el día cargando un costal que contiene ropa limpia, un cartón, un plástico y una cobija. Y así pasa, con una sonrisa que deja ver la ausencia de sus dientes.con la esperanza de que vuelva su esposa.