Flavio Paredes Cruz. Redactor
A Jimmy ‘ Rambo’ Pazmiño, el cine le llegó por casualidad. Se le cruzó una noche de cervezas en Puyo, hace 20 años.
– ¿Ustedes qué hacen por acá?, preguntó Jimmy buscando un tema de conversación con unos cuantos cineastas que descansaban del sopor de la selva.
– Una película, respondieron .
Jimmy es efectivo en su trabajo y desde la nada puede hacer todo. – ¡Ah, chévere! ¿No quieren que les eche una mano?
– Sí, dale, ayuda en el grip (operando el ‘dolly’, el carrito donde se monta la cámara).
Así apareció el Rambo en el mundo del cine ecuatoriano, al menos así lo recuerda quien fuera su primer jefe, el director de arte, Roberto Frisone.
De sus vivencias en la milicia y de la posterior presteza con la que manipulaba la grúa y el ‘dolly’ en los rodajes le sobrevino el mote de Rambo. Con este apelativo es reconocido por sus colegas, realizadores y técnicos.
Desde entonces, el Rambo ha colaborado en el 90% de la producción audiovisual nacional. No solo como ‘grip’, sino como ‘gaffer’ (jefe técnico) y asistente de fotografía, pero siempre envuelto en el vértigo y en la emoción del rodaje.
Aquí va la frase, aquí va la frase.
Roberto Frisone
Director de arteEntre los proyectos de cine para los que trabajó se cuentan: ‘Entre Marx y una mujer desnuda’, ‘Sueños en la mitad del mundo’, ‘Qué tan lejos’, ‘Ratas, ratones y rateros’, ‘Cuando me toque a mí’, ‘Fuera de juego’ y la aún no estrenada ‘Prometeo deportado’. Además de producciones para la TV y publicidad.
Ahora, en medio de la grabación del corto ‘Dispersando los muros’, Jimmy Pazmiño hace una pausa para recordar pasajes de su vida. Deja de chequear la densidad, el movimiento y la velocidad de las nubes, de buscar la iluminación perfecta, pues la toma no puede tener error alguno, y comienza su relato.
La narración se matiza con el ladrido de los perros que viven en los patios y terrazas del barrio San Juan, en el centro de Quito, la locación seleccionada para el corto. Las angostas calles, con sus pendientes y escalinatas, proponen la atmósfera para que el diálogo roce la intimidad.
Aunque Ambato le vio nacer, Jimmy se considera más amazónico que serrano. Cuando tenía apenas 6 meses emigró con su familia al Puyo, pasaron de campesinos a colonos.
Es un tipo absolutamente transparente; lo que dice…, es.
Mauricio Samaniego
Realizador y guionistaViendo las cúpulas coloniales y los modernos edificios que siluetean el horizonte de la capital, Rambo se pierde en el recuerdo de su infancia: se divertía jugando en el entramado de la selva, correteando por la arboleda, de aventura con los nativos, nadando y pescando en los ríos.
Muy activo cuando niño, a sus 40 años recién cumplidos, Rambo aún conserva la vivacidad en sus gestos, en la soltura de sus palabras, en la leve sonrisa, en la mirada curiosa, en la confianza que da a quien habla con él.
Las posibilidades que ofrecía la capital de Pastaza eran mínimas y el contacto con el cine casi nulo. Por allá, la letra todavía entraba con látigo y la única sala de proyecciones pasaba filmes chinos de Kung Fu. Tras las funciones los espectadores salían pateando las puertas y se agarraban a trompadas con cualquiera en la calle. “Mis padres no me dejaban ir”, recuerda Pazmiño.
Pero buscando despertar en medio del húmedo verdor se enlistó, a los 13 años, como voluntario en la Cruz Roja y en la Defensa Civil. Estas experiencias le llevaron a servir en otra institución, el Ejército.
Basta pensarlo vestido de camuflaje, a ras de tierra y con fusil en mano. Tiempo después obtuvo el grado de subteniente de Reserva y la posibilidad de estudiar en la escuela de oficiales. Oportunidad irrealizable por la falta de dinero en la casa paterna; pero un hecho agradecido por el cine del país.
Para el cineasta Mauricio Samaniego, Jimmy Pazmiño, aparte de tener un gran crecimiento personal y profesional, es un hombre que cumple con compromiso con su trabajo y tiene una sensibilidad artística y social encomiable. “Siempre está buscando alternativas de formación, de las que aprende, descubre e inventa”. Hay quienes consideran a Pazmiño como una leyenda del audiovisual ecuatoriano. Él rechaza el calificativo, le suena a pasado, a que se acabó o que ya fue. “No es así, Rambo – se refiere a sí mismo en tercera persona- todavía tiene para seguir dando, moviendo fierros y cargando con fuerza”.
Sin embargo él, con alegría, evoca ese casual proyecto que le llevó al cine, ese fortuito encuentro en el Puyo, que correspondió al rodaje de la película española ‘Nazca’. Allí, el afán de Rambo por aprender y el desempeño en su trabajo, le abrieron el camino hacia Quito. A inicios de los noventa, llegó con un cartón de ropa a la casa de su tío.
Solo una vez antes estuvo en la ‘gran ciudad’ y lo único que conoció fue el trayecto desde el hotel a la pista de atletismo. En su adolescencia fue un deportista destacado. En estos días y cuando el trajín de los rodajes se lo permite practica deportes extremos, le gusta la montaña.
Una vez instalado en Quito empezó a trabajar como operador de grúa y ‘dolly’ en Multimedia Producciones. “Tuve buena relación con los técnicos, con la parte obrera y aprendí rápido”, dice Jimmy, y se coloca la gorra al revés, mostrando unas cejas pobladas. Toma un café en la mesa de catering del rodaje, saca un cigarrillo pero no lo enciende y sigue relatando su experiencia.
“Con la grúa salía mucho y más gente me conoció. Además, cuando acababa de hacer mi plano, me quedaba ayudando, cargando fierros, armando luces. Aprendí a iluminar, despacio, poco a poco, analizando todo, observando, probando…” Así, a pulso, llegó a dirigir equipos.
Rambo es el mejor
‘gaffer’ de este país, es un pintor de la luz.
Morvarid Reyes Talebzadeh
Amiga y colegaHace ocho años formó Corto Circuito Films, una empresa que provee material y servicio para los rodajes. Es un proyecto que sigue en pie, atravesando quebradas y tropiezos . Rambo y su equipo de colaboradores forman una simbiosis, los dos se sostienen y crecen juntos.
En su memoria se agrupan las satisfacciones que le ha dejado cada trabajo. Más allá de los resultados en taquilla, sabe que los rodajes son factibles si se hacen en equipo, que no se puede laborar solo. “La amistad es súper importante, lo hacemos divertido”. Además cuenta que para relajar tensiones basta con una buena carcajada grupal o de pronto “tomarnos un whisky”.
Es que vivir 300, de los 365 días del año con un horario que exige malas noches y madrugadas, no debe ser fácil.
Precisamente, esa disposición de tiempos no le permitió mantener el equilibrio con la vida familiar. Rambo terminó separándose de su esposa, hace dos años. Tiene tres hijos: Indira, Juan Martín y Canela. Al pensar en ellos una sombra de pena le cruza el rostro, siente que cada vez se alejan más: “Son hermosos, son bellos. A veces paso uno o dos meses sin verlos, pero me interesa saber si están creciendo, si andan bien con los estudios, con su salud”. Reconoce que debió tomarse el tiempo necesario para ellos, pero no lo supo hacer.
Esa breve soledad que siente cuando nadie lo acompaña en casa, se traduce en grata compañía durante los rodajes, esa es su pasión. “Rambo siente el cine en todo momento; piensa, habla y sueña en su ‘laburo’, es muy recursivo”, dice Morvarid Reyes Talebzadeh, compañera de Corto Circuito Films, y añade: “Es un ejemplo de persona que quiere servir a todos los que están allí”.
¿Qué sería de Rambo, si el cine no aparecía en su vida? La verdad, la pregunta no le quita el sueño, sabe que hubiera sido un buen campesino, pues le gusta la tierra y el ganado, acaso podría ser un ingeniero agrónomo (una posibilidad que también cedió ante el encanto del séptimo arte). O quizá su vida se habría envuelto en los olores y sabores de la gastronomía, una disciplina que no descarta para su futuro: “un restaurante de parrilladas o de comida exótica oriental”.
Pero hasta tanto, “mientras tenga una luz que poner, una cámara que cargar, la pasaré bien”, concluye Rambo, y vuelve al vértigo del rodaje, a las discusiones con directores y productores, él también se siente un creador. Un hombre sencillo al que el cine se le cruzó una noche de bielas y humedad en la Amazonía.