Cuando el ibarreño Javier Bejarano, cuidador del albergue de perros callejeros, sale al patio de su casa, a las 09:00, las jaulas se mueven desenfrenadamente. Ladridos y chillidos invaden el ambiente. Es la hora de salir a tomar sol. Los canes ya saben que les abrirán las jaulas y saltan de alegría. Al principio sale uno, luego diez y en apenas 20 minutos ya los 40 andan por el patio.
Se apegan a él en señal de afecto. -“¡Tranquilos, tranquilos!”-, exclama mientras levanta su cara para no ser lamido por los perros más grandes: un golden y un pastor alemán. El resto gira a su alrededor y mueve su cola como diciendo “buenos días”.
Los canes que viven en el albergue administrado por la organización Protección Animal Ecuador (PAE) no tienen nombre y fueron recogidos en la calle. Otros fueron llevados por gente desconocida que los encontró a la intemperie. Javier se encarga de cuidarlos desde hace siete años.
Su trabajo por la mañana consiste en limpiar las jaulas. Luego los baña y cura cuando tienen heridas o están enfermos. “Cada uno pasa por la manguera una vez al mes”, cuenta mientras enjuaga con sus manos el pelaje de un golden de color café. La jornada de limpieza concluye a las 15:00 y los canes regresan a sus jaulas.
Javier, a sus 30 años, se ha vuelto un gran conocedor de perros. Los seminarios de etología (comportamiento) le han enseñado todo lo necesario para tratarlos. Antes de acercarse a un perro lo observa y luego se relaciona con él.
Eso le ha enseñado a distinguir entre un perro manso, uno nervioso o uno agresivo, pero sus conocimientos no le salvaron de una buena mordida. Un pitbull le hincó los dientes en el pie mientras lo separaba de otro animal con el que iba a pelearse. Por esa herida tuvo que ir al hospital inmediatamente. Eso no lo desanimó, su pasión sigue intacta.
Además de mordidas también ha recibido gratificaciones, como la que le dio Pelucas, un mestizo de castellano y pastor alemán que llegó desnutrido al albergue, se recuperó, fue adoptado por los Bomberos y hoy es rescatista.
La misma paciencia que le ayudó a sacar adelante a Pelucas, le sirve para disciplinar a sus peludos amigos. Todos saben que la hora de la comida es a las 16:00. Así duermen con el estómago lleno y no aúllan de hambre por la noche. Se alimentan de las donaciones hechas por los fabricantes de balanceado para perros. A la semana consumen 240 kilos.
Luego de comer, los perros permanecen en las jaulas toda la noche. Y la jornada laboral de Javier concluye a las 17:00.
Javier nunca se imaginó que cuidaría animales. De hecho, su intención era trabajar en una fábrica de fideos y pastas, valiéndose de las influencias de una amiga de su madre. Pero, al no conseguir el empleo porque no había vacantes, la primera opción que le ofreció una señora relacionada con la fábrica fue la de celador del hogar canino, ubicado en Tanda (en la vía a Cumbayá).
El inicio fue complicado porque no estaba acostumbrado a cuidar animales, pero conforme avanzaron los años, su afecto por los perros se incrementó e incluso toda su familia vive con él en la misma casa. Nada los amilana, ni siquiera el penetrante olor canino que hiere las fosas nasales o el ruido constante de los ladridos.
Su esposa, Mercedes Bermeo, no sabía a lo que se dedicaba cuando lo conoció. Él la llevó al albergue donde vivía solo y le contó que trabajaba cuidando perros. ¿Inconvenientes por eso? Para nada. Ella es sensible al maltrato que sufren y no dudó en ser su compañera de vida.
Esa pasión fue transmitida a sus hijos: Alfredo, Anita y Samantha, quienes adoptaron tres perros del albergue, los cuales hoy duermen en la lavandería de la casa.