Si acaso nos cupiera haber vivido las últimas décadas del siglo XV en esta área andino-ecuatorial, participaríamos en el expectante regocijo de la población aborigen por el advenimiento de dos singulares fenómenos celestes.
Uno, saludar la llegada de la constelación de la Cruz de Mayo por el suroriente de Quito; y dos, el reaparecimiento de las Pléyades en toda el área andina, escondidas por un lapso en la oscura esfera del espacio.
La entrada de la Cruz de Mayo, según Joan de Santa Cruz Pachacuti (1613) se llamaba “urcorara” o “quimsa Cruz”, igual a “tres estrellas iguales”, hecho que se daba alrededor del 3 de mayo de cada año, señal para empezar rituales y sacrificios, venerar el agua, la nieve y la luna. La llegada de las Pléyades, en cambio, era señal para las buenas cosechas, por lo que pasaba a celebrar el Inti Raymi.
Para los indígenas coloniales el 3 de mayo siguió llamándose “Quimsa Cruz”, y la segunda se transfiguró en el Corpus Christi (en junio). El 3 de mayo como fecha astronómica debe haber sido de gran importancia simbólica y religiosa, porque se hacen presente en la fiestas en países como Perú, Bolivia, Ecuador; igual en la región mesoamericana, México y Centroamérica.
Es por supuesto más profunda la explicación de la Fiesta de las Cruces, pues, abarcó toda España (73 ciudades) creyéndose que las heredó de creencias romanas. Referencias europeas indican que “Religiosamente parece tener su origen en el hallazgo de Santa Elena de la Cruz donde murió Cristo” refiriéndose a los “tres maderos ensangrentados y ocultos” donde murió el Señor. Entre el mito y la leyenda, la arqueo-astronomía presta un gran servicio al investigador, particularmente en Quito. La Cruz Verde de la muralla de San Francisco, barrio que tomó su nombre (esq. calles Bolívar e Imbabura), es uno de los símbolos de mayor antiguedad y enigma que se conserva hasta hoy.
Es una cruz empotrada en un nicho formado por un arco de medio punto, de 4 por 3 m, aproximadamente, haciendo un altar prominente en la esquina cortada de la muralla. El marco del nicho y la cruz relucen por su color verde, lo que se hace ostensible sobre un fondo pintado de celeste, significando acaso el cielo de Quito.
Algo especial debe notarse en el celaje pintado: en el lado derecho está pintada una luna llena, y en el izquierda aparece otra luna, pero de color oscuro. Esto sugiere un plenilunio y, el otro, una “noche oscura de conjunción”.
En perspectiva se observa un perfil cordillerano que tiene lejana semejanza con la cordillera del Pichincha. El resto de la pintura de fondo está deteriorada. La Cruz Verde de Quito debe ser interpretada. El padre Agustín Moreno tiene información de que, antiguamente, en el sitio se hacía grandes fiestas por “el 3 de mayo”, y era patrona de los pintores, carpinteros, albañiles y otros artesanos. Además había una Cofradía de la Cruz Verde que se encargaba de organizar el rito como la festividad, con castillos, bandas de música, comidas y canelazo. No hay duda que el 3 de Mayo, fue una advocación de los gremios, ideas y prácticas medievales que también tuvieron su curso en Quito.
La Cruz Verde parece ser un microelemento de un contexto mayor, pues frente a la calle Alianza hay otra cruz, y otras dos se observan en las murallas de La Merced. La leyenda dice que el color verde fue también, no objeto de veneración, sino el tinte que llevaban los condenados por la inquisición.