Los escritos de Simón Bolívar conforman un pensamiento que reflexiona sobre una identidad y una política de América del Sur.
En ‘Mi delirio sobre el Chimborazo’ (1823), Bolívar expuso su posición frente a la tarea libertaria, en una reflexión de corte romántico. Mientras que en el ‘Manifiesto de Cartagena’ (1812) o la ‘Segunda carta de Jamaica’ (1815), el Libertador hurgó en las raíces étnicas y culturales de la identidad mestiza.
Así lo dice el historiador Enrique Ayala Mora en su libro ‘Simón Bolívar, pensamiento fundamental’. Allí propone que el estudio bolivariano debe enmarcar su acción y su pensamiento en el contexto social en el que se dieron.
De esta manera, en el ‘Discurso de Angostura’ (1819) y el ‘Discurso a la Constituyente de Bolivia’ (1825) buscó aplicar su ideario político a la realidad concreta de los pueblos. Ello exigía concesiones al antiguo régimen; es decir, para ganar estabilidad, buscaba equilibrio entre una república democrática, garantizada por un régimen unitario, y algunos elementos monárquicos (presidencia vitalicia y senado hereditario). A ello responde su proclamación como dictador. En cierta forma, Bolívar habló no de un gobierno ideal sino de uno posible.
En él no se dió un cambio en las relaciones sociales básicas. Pues se consideraba a las masas incapacitadas para gobernarse.
Frente a las dispersiones y conspiraciones, Bolívar agudizo su tendencia centralista, en una sola preocupación: articular un aparato estatal que permitiera la modernización del estado. “Aunque se proclamó dictador y adquirió ideas conservadoras, nunca fue un déspota”, concluye.