¿Hay verdaderas sorpresas electorales? O ¿será más bien que los sorprendidos son aquellos encuestadores que no supieron ver ni entender ni medir ni explicar lo que estaba ocurriendo en el país encuestado?
Una de estas “sorpresas” ha saltado en estos mismos días en la primera vuelta presidencial brasileña; y otra, hace pocas semanas en el plebiscito constitucional chileno. En el primer caso, la corta distancia entre los dos finalistas; y, en el segundo, el alto porcentaje que obtuvo el rechazo, no estaban considerados en los resultados previamente estimados y difundidos. Por tanto, y sin más, se calificaron de sorpresas.
Me parece una conclusión muy simplista. Pienso que si los investigadores hubiesen tomado en cuenta, en cada caso, el escenario inicial del proceso y la evolución, en muchos casos diaria, de las tendencias del electorado, las previsiones finales pudieron ser distintas y más próximas a los resultados reales. Lo mismo en Chile que en Brasil.
Aunque los fallos de las encuestas ocurren en todas partes del mundo, en América Latina la situación se complica por la presencia de dos factores disruptivos que deben ser tomados en cuenta.
El primero es la heterogeneidad del electorado latinoamericano (y el caso brasileño es asombroso), con diferencias regionales, étnicas, culturales, sociales, religiosas, con criterios políticos o ideológicos superpuestos, con aspiraciones de todo tipo que se trasladan a las decisiones electorales. Esta diversidad es la que, a mi modo de ver, se pierde fácilmente de vista.
El segundo es la posición política de quienes tienen a su cargo la investigación. Me parece que, algunos de ellos al menos, quieren conseguir un resultado y buscan la manera de obtenerlo. Tal vez para alentar a los últimos indecisos o para justificar su trabajo. Merecen una nota negativa por el mal servicio que le prestan a la sociedad.