Aunque no se sepa con exactitud cuál fue la primera obra en ser falsificada, se sabe que, a partir de un manuscrito falso, la Iglesia Católica tomó posesión de Roma y se hizo acreedora a una cantidad invaluable de riquezas; incluidos cuadros, esculturas y todo tipo de piezas decorativas.
También ha pasado en la literatura, pero la pintura es quizá el arte que más se ha falsificado, en especial, después del Renacimiento. Figuras como Da Vinci, Picasso, Dalí, Van Gogh, Rembrandt, son solo una pequeña muestra de los artistas que aparecieron a partir de este tiempo, creando las obras más bellas y espectaculares que se conocen.
Por otro lado, han sido los autores más falsificados de la historia. Y, como para grandes obras se necesitó de grandes autores, para imitar sus obras se necesitaron de grandes falsificadores. Revisando la historia salen a la luz dos nombres que, con sus ‘fraudes artísticos’, engañaron no solo a inocentes compradores, sino a los más expertos y renombrados curadores de arte.
Han van Meegeren, el falso Vermeer
Van Meegeren fue un pintor holandés que nunca pudo consagrarse con sus obras (aunque sí lo hizo con sus imitaciones) y decidió comercializar con falsificaciones de artistas como Pieter de Hooch, Gerard Borch y, sobre todo, de Johannes Vermeer, todo esto en plena época de dominio nazi.
La exactitud con la que imitaba a Vermeer era sorprendente, y no solo copiaba sus obras sino también su técnica. Fue así que pudo crear una de las obras maestras del arte pictórico holandés: ‘Los discípulos de Emaús’.
Después de esta obra, la fama y credibilidad que obtuvo hizo que, recién en la década de los cuarenta, se dude de la autenticidad de la obra de van Meegeren; y no precisamente por decadencia de su técnica, sino porque el cuadro ‘Cristo con la adúltera’ cayó en manos de uno de los hombres más cercanos a Hitler: el Mariscal Hermann Göring.
Cuando terminó el régimen nazi, Göring fue investigado con el fin de localizar conexiones con otros países. De tal suerte que Van Meegeren fue confundido con un colaborador nazi en Alemania y se lo acusó de vender el patrimonio cultural holandés. Para salvarse de una larga estancia en prisión, el falsificador holandés tuvo que confesar sobre sus imitaciones.
De Hory, la perfección de la técnica
El otro ‘gran falsificador’ fue el húngaro Elmyr de Hory. Hacen falta los calificativos para describir a este personaje que, lejos de ser un truhán falsificador, fue más bien un aventurero, intelectual y un artista de verdad. Matisse, Renoir, Chagall, Picasso, Dalí… la lista de pintores a los que imitó se hace interminable.
Por más de 20 años de Hory logró colocar cuadros falsificados en los museos más prestigiosos del mundo. Fue en Estados Unidos donde su figura cobró notoriedad pues, en pleno auge de los magnates petroleros, de Hory irrumpió en el negocio del arte con sus falsificaciones. Sus cuadros estaban colgados en galerías de Nueva York, San Francisco o Hollywood; todo iba bien hasta que se logró comprobar que dos de sus cuadros eran falsificados, provocando que el FBI le empezara a investigar.
Pero De Hory huyó a tiempo; regresó a su Europa natal y se estableció en la isla de Ibiza, en España. Desde ahí empezaría a vender otras falsificaciones. Se cuenta que en una ocasión, el propio Picasso certificó una de las imitaciones del húngaro. Pero llegó el día en que uno de sus clientes más asiduos: Algur Meadows, comprobó que 44 de los cuadros que adquirió a De Hory eran falsos. La prisión para el húngaro fue inmediata, aunque para ello fue necesario sentenciarlo por homosexualidad, convivencia con delincuentes y carecer de medios demostrables para subsistir.
El momento actual de la falsificación
La reproducción de cuadros de determinado autor o la imitación de su técnica, ha sido un tema de profundos debates, sobre todo con la modernidad. Hay quienes afirman que la falsificación, es más bien el inicio de otra obra de arte. Quizá uno de los pensadores más agudos con respecto a este tema fue Walter Benjamin.
El pensador alemán, en su obra ‘La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica’, no ve un problema en las imitaciones, más bien las define como positivas en la medida en que termina con las élites que estaban acostumbradas a ‘consumir’ arte. Lo que sí discute Benjamin es el valor artístico que llegan a tener las nuevas creaciones al ser vistas como falsificaciones y no como una pieza artística nueva.
Probablemente, por ese valor artístico del que habla Benjamín es que en la actualidad exista el denominado ‘Museo de las falsificaciones’ en Viena. Como su nombre lo indica, en este museo se exhiben solamente obras falsas de autores de la talla de Van Gogh, Rafael o Rembrandt.
En un contexto más cercano, basta con visitar el parque El Ejido de Quito por las mañanas para encontrar obras de artistas nacionales como Kingman y Guayasamín, o incluso de grandes pintores universales, como Picasso o Dalí, a precios casi irrisorios. Si bien el valor artístico de las obras es cuestionable, estas imitaciones acercan a un estrato social más popular a creaciones de características universales y necesarias para entender el momento actual del arte.