El grupo de la provincia de Pastaza está integrado por músicos indígenas, mestizos y una vasca. Ayer presentaron su disco. Foto: Facebook/ Kambak.
La música ha sido parte de la ritualidad de los pueblos amazónicos desde tiempos inmemorables. Estas tradiciones sonoras y espirituales se han heredado en cada generación, incluso hasta nuestros días. Pese al advenimiento cada vez más generalizado de la globalización, el legado musical aún se conserva, aunque con tácita fragilidad.
Nadino Calapucha, por ejemplo, recuerda una niñez que se nutría de música en celebraciones como la bebida de la guayusa. En esos espacios rituales, las sonoridades del uluwuatu, el pingullo (instrumentos de viento) o la caja (percusión), acompañaban el pálpito del rito y del entonces infante que se empapaba de tradiciones milenarias.
Luego, en su primera salida a la ciudad, a los 12 años, Nadino descubrió instrumentos occidentales como la guitarra y, eventualmente, los incorporó a su lenguaje musical sin dejar de lado aquellos con los que creció en su comunidad.
En el colegio, él y su amigo Ardito Cerda empezaron a tocar y a cultivar su arte. Sin embargo, no fue sino hasta que ambos conocieron a Aitiziber Quintana que se decidieron por crear un proyecto musical e intercultural más serio.
Lo interesante es que Aitziber cargaba a cuestas otra historia musical. La nacida en el País Vasco llegó a la Amazonía como cooperante en educación para trabajar por un año (ya lleva cuatro). Fueron Ardito y Nadino quienes descubrieron el secreto de que la europea había estudiado violín en el Conservatorio.
Sin embargo, su relación con el instrumento no fue tan mágica como la de sus compañeros. La rigidez del Conservatorio hizo que ella dejara de tocar música por 10 años. Fue en medio de la selva que volvió a reencontrarse con la vibración de las cuerdas frotadas por un arco. Su aprendizaje continúa hasta ahora; no regido por la academia, sino por lo sensorial y lo ancestral.
Así, como un trío, se formó Kambak oficialmente en el 2013 con un objetivo muy claro: “fusionar la música tradicional con lo moderno, con mensajes en defensa de la lengua, la cultura y los territorios para aportar a la construcción de una sociedad intercultultal”.
Con ese objetivo compusieron canciones inéditas que al poco tiempo llamaron la atención de algunos sectores. De ellos, el espacio que les dio el empujón que solidificó la propuesta fue la invitación para aparecer en el programa ‘Expresarte’ de la televisión pública. Tras ese impulso y con a ayuda económica de amigos, familiares y una campaña de ‘crowdfunding’ (financiamiento por Internet) lograron producir su primer trabajo discográfico que se ha lanzado ayer en su debut en la capital.
La placa fue grabada por los tres en un estudio de Cayambe llamado Ñambi Producciones. No obstante, hace un año, el ensamble se expandió a un quinteto con la llegada del percusionista Carlos Hidalgo y el bajista Israel Murieda. Ambos son mestizos de la parte urbana de Puyo. Ellos han asimilado el propósito de Kambak y han integrado sus influencias por lo que en el ADN musical del ensamble hoy se escucha desde el fandango ecuatoriano o el huayno tradicional fusionados con ritmos afro, el son o, incluso, el pop.