El Atari pasó de moda y casi desapareció, pero los fanáticos de esa consola de videojuegos no la olvidan. Uno de ellos es el abogado cuencano José Antonio Cordero.
Él, a sus 8 años, en 1980, estaba seguro que era el único cuencano que tenía este aparato en la ciudad. Lo sabe porque en ese año llegó a su casa desde Miami ese aparato moderno.El Atari causó revuelo en su barrio, en la avenida Ordóñez Lasso, al este de Cuenca.“Fue inolvidable. Tenía que dar turnos para que los guambras entraran a jugar”, dice el abogado que recuerda su niñez cuando acomoda los cartuchos de juegos e intenta conectar el aparato para jugar con su Atari.
Los vecinos que llegaban solo podían jugar pocos minutos o hasta que la vida en el juego le durara. Cordero abrió las puertas de su casa y los juegos de Pac-Man o Asteroide robaban el tiempo a las tareas escolares.
El ganador no se llevaba ni trofeos ni dinero. “Solo tenía el respeto del resto”, dice Cordero. Ese Atari se perdió con el tiempo, pero él no podía quedarse sin su consola favorita de videojuegos.
Hace cinco años buscó en Internet y la halló en el sitio web de compra y ventas Ebay. Le costó USD 67 con la entrega en Cuenca. Recuerda que le llegó con 30 cartuchos de juegos, entre ellos el clásico Donkey Kong o MS. Pac-Man, al que su hijo menor de 9 años, José Daniel, le dice que es juego de niñas. Está también Berzerk o el infaltable Superman.
José Antonio quiso transmitir el gusto por el Atari a sus hijos Martín y José Daniel, pero no lo logró. “A ellos les parece primitivo la resolución de los juegos”. Guarda con cariño los juegos y los fines de semana dedica un momento para jugar, “no lo hago mucho, pero me gusta”, dice Cordero.
Este juego tuvo su apogeo a inicios de los ochenta y el ‘boom’ lo logró con Pac-Man. El arquitecto de 31 años Esteban Orellana se declaró seguidor del Atari desde los 9 años. “Nunca lo olvido”. A sus manos llegó este aparato luego que su padre Marcelo regresó de un viaje de EE.UU.
Con su hermano Boris podía pasar horas ante el televisor intentando que ese círculo amarillo comiera las figuras cuadradas o que la nave que disparaba una suerte de láser destruyera los asteroides.
Al primo de Orellana, Carlos (34 años), solo le dejaban jugar 30 minutos por día porque su madre le decía que la televisión a colores se dañaba. A sus 9 años bajaba el volumen para no ser descubierto.
El periodista Johnny Guambaña jugaba con su hermano Wilson a finales de los ochenta. A ellos les gustaban los juegos de combate o el fútbol. A los Orellana y Guambaña se les perdió el Atari y no saben dónde está.