Introducción: A Michely Grijalva le tocó crecer de golpe, cuando a los 18 años se embarazó y su padre la sacó del colegio y la puso a trabajar. La vida no ha sido amable con ella, pero Michely le ha dado pocas oportunidades de verla llorar. “Nunca lloro, aunque ahora siento que me quiebro más”, me dice mientras conversamos en la oficinade la Red de Salud de las Mujeres Latinoamericanas y del Caribe, en la cual trabaja. Entre las pruebas por las que ha pasado está la grave enfermedad de su segundo hijo: mielomeningocele pie equino varo. Ella se niega a darse por vencida y está armando una fundación para ayudar a los niños que, como Mateo, la padecen.