Según publicó recientemente The Associated Press, el Presidente de la República nunca más asistirá a la Asamblea de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) porque “es una locura donde todo el mundo habla, nadie escucha y la audiencia acaba extenuada”. La ONU se convirtió en un enorme y lerdo elefante al que acuden los representantes de los países más chiquitos y de las potencias mundiales para intentar resolver los problemas de marginalidad, medioambiente, derechos humanos, etc. en muy pocos días y mediante fogosos discursos.
Le otorgo toda la razón al Jefe de Estado, pero me permito agregar algo más. Si la Asamblea de la ONU no es capaz de resolver la crisis de los refugiados sirios, el desplazamiento de miles de colombianos en la frontera con Venezuela, no es capaz de persuadir a Maduro para que libere a Leopoldo López o levantar el embargo económico a Cuba, no tiene sentido seguir asistiendo a una reunión que cuesta mucho dinero, que es ostentosa frente a la pobreza mundial.
La apertura de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba no dependió de la ONU, sino de la voluntad del presidente Obama y de la disposición de las autoridades cubanas. La Asamblea se convirtió en el escenario donde salen a relucir los egos de los políticos mediante discursos redentores, a veces apocalípticos, y este año no fue la excepción durante seis tediosos días.
Si revisamos la historia del siglo XX, encontramos algunas perlas que confirman lo inútil que significa una reunión que congrega en cada período a alrededor de 150 jefes de Estado. Tal vez uno de los momentos más dramáticos lo protagonizó Fidel Castro, en septiembre de 1960, en un discurso que duró cuatro horas y 29 minutos. Era la euforia del triunfo de la revolución y el coqueteo con la ex-Unión Soviética. El discurso se resume en esta acusación a John Kennedy: “millonario analfabeto e ignorante”.
Ese mismo año el líder soviético Nikita Jruschov no encontró mejor forma de hacerse sentir durante el debate que sacándose un zapato y golpeando la mesa con el taco. Mucho después de ese episodio, otro de los grandes “iluminados”, Hugo Chávez, afirmó en un discurso que George W. Bush era el diablo y en el 2009 Muamar el Gadafi fue a defender el derecho de los talibanes a establecer un emirato islámico. El libio rompió frente a todos una copia de la Carta de la ONU.
La Asamblea General se ha convertido en el escenario para que líderes histriónicos vayan y armen berrinches de toda calaña. Como dice el presidente Correa, después de la tercera intervención nadie escucha más porque “no hay cuerpo que aguante”. Parece que la ONU no se ha enterado que muchos de esos discursos se pueden transmitir por teleconferencia, lo cual también evitaría enormes gastos y así se destinarían más recursos para la disminución de la pobreza.
@flarenasec