Diego Ordóñez
Queda para la especulación conocer si en medio de restricciones económicas los gobiernos -que son mezcla de socialismo y populismo- habrían podido sostenerse durante largos períodos, como ha sucedido en Venezuela, Ecuador y en Bolivia.
Ahora que se avecinan elecciones en Perú, analistas coinciden que se elegirá un nuevo piloto de un país cuyo modelo de desarrollo ya no se discute.
Apertura comercial, rol preponderante del sector privado, crecimiento y solución de inequidades por vía de las oportunidades que abre el empleo.
Humala, que pintaba para alinearse al chavismo, prontamente tomó la línea opuesta. Y eso sucedió porque los gobiernos previos continuaron la línea de política económica de Fujimori y encontró poco espacio para el jolgorio populista, redistribuidor y justiciero que sus colegas de la revolución bolivariana han construido en torno a godos Estados dispendiosos y corruptos.
Hay que reconocer que el presidente Correa ha hecho acopio de sentido común y desiste de perpetuarse, por ahora, en su cargo. Lo sucedido en Venezuela con Maduro, muestra que la gran electora es la crisis económica.
Y la que se avecina, luego que no encuentre forma de cubrir egresos del Estado glotón, devastará la decreciente popularidad de quien durante nueve años ha repartido sonrisa sin reparo en el saldo de la cuenta de gastos.
Hugo Chávez provocó el vendaval que Maduro no logró controlar por el paupérrimo nivel de su comprensión y por la incapacidad de entender que la palabrería revolucionaria del difunto se sostuvo en una jugosa chequera. Ahora ha sentido el primer embate de 17 años del manejo más irresponsable e inmoral de la economía. Todo el despilfarro populista engrandeció fortunas de los miembros de la nomenklatura e incrementó la pobreza no solo de los más pobres sino de las clases medias.
El desabastecimiento, la indignidad a la que arrastró a sus ciudadanos -que peleaban por mercancía básica- y, sobre todo, la corrupción del Gobierno, pasaron la primera factura.
Pero lo que sucedió el domingo en Venezuela y se avizora suceda en Ecuador, esto es el castigo en las urnas a estos experimentos izquierdistas, no representa que los ciudadanos han mudado sus estructuras culturales clientelares y han dejado de esperar conductas populistas en sus elegidos.
Bastará que se vuelvan a juntar los mismos elementos que han permitido que, a pesar de los abusos, de la destrucción institucional, de la corrupción, estos juglares del tropicalismo hayan sido exitosos en las urnas.
Una transformación de la tendencia electoral al providencialismo no es posible sin la comprensión de las élites de reconstruir la política y el ejercicio del poder hacia desmontar los elementos que posibilitan el clientelismo.
Priorizar la economía privada, respetar la propiedad, garantizar la independencia de la administración de justicia y eliminar el intervencionismo estatal serían buenas acciones en esa línea.