España atraviesa por uno de los momentos más complejos de su reciente historia. Con tal cúmulo de conflictos políticos, económicos y sociales daría la impresión que la aparentemente modélica transición de la dictadura a la democracia desde la Constitución de 1978 no ha concluido, o debe emprenderse en otra que se ajuste a los tiempos actuales.
Tras las elecciones generales del 20 diciembre último, un escenario inédito se presentó en su sistema de monarquía parlamentaria impuesto tras la muerte de Franco. Ninguno de los grandes partidos, PP o PSOE, que habían gobernado España desde entonces, alcanzó la mayoría por sí solo o en alianza con partidos menores. Este hecho no sorprendió. Ya el ambiente se preveía disperso por la crisis y la insatisfacción social, aunque se confiaba encontrar espacios para entendimientos. No ha sido así y al momento no se avistan acuerdos que permitan formar gobierno.
Hay varios cortes para el análisis de las razones que han llevado a esta situación. Uno, el desgaste del modelo político con supremacía de dos partidos que ya no representan por sí solos una mayoría suficiente. Dos, el cambio generacional integrado a un mundo globalizado y a una Europa desarrollada con una generación “indignada” por las injusticias sociales, la corrupción, el despilfarro, los privilegios de los políticos y la inequidad económica. Tres, la galopante corrupción en el PP, en el poder central desde 2012, que durante los últimos años ha golpeado a todos los niveles de la administración y que ha implicado a numerosas y emblemáticas figuras. Eso no quita que en el PSOE también hayan aparecido casos de corrupción a nivel regional y local. Cuatro, la incapacidad de encontrar un acomodo político moderno y actualizado a los marcados nacionalismos, en particular Cataluña que ha planteado frontalmente la secesión de España. Cinco, el deterioro de la imagen de la Corona como institución cohesionadora de la España unida pero diversa a causa de corrupción y cuestionadas acciones del rey Juan Carlos. Seis, la debilidad de los liderazgos de los principales partidos a los que se les ha acusado de falta de coraje y sensibilidad, ya sea por inexistencia de propuestas alternativas, por falta de voluntad en la lucha contra la corrupción, por incapacidad de lectura de lo que quiere esa nueva España que ya no es la de fines de los 70. Siete, el surgimiento de nuevas fuerzas políticas y líderes de izquierda y derecha con capacidad de movilización y legitimidad social, Podemos y Ciudadanos, ha alterado ese nuevo escenario. Habrá que contar con ellos para que España se encuentre a sí misma, para lo cual requiere madurez y reconocimiento de la nueva realidad.
Y a todos estos factores se suma la crisis económica que aún no ha sido superada a pesar del enorme costo social que ha demandado.
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