Jorge Benavides Solís
En Quito, he tenido la impresión de que los estudiantes universitarios, para aprender, prefieren acudir a Wikipedia antes que a los libros, a las revistas especializadas o a los apuntes porque éstos han sido sustituidos por la fotografía de la “pizarra” o por la grabación. Prefieren el trabajo práctico hecho en grupo, antes que el examen individual, la imagen, a la lectura de la palabra escrita. Y según he notado, la Universidad lo consiente supuestamente porque ayuda a la “capacitación” del futuro profesional; por lo cual su función, de hecho, ha cambiado radicalmente. En 1930 Ortega y Gasset decía: la Universidad tiene la misión de investigar (ciencia y cultura), transmitir conocimientos (técnica) y entregar sus resultados a la sociedad (extensión). De esta manera se aspiraba a que el profesional llegue a ser un ciudadano ejemplar y no solamente una “persona capacitada” para integrarse a la actividad empresarial. Un arquitecto sin cultura general y carente de conciencia social sin duda estará capacitado para edificar (empresas inmobiliarias) pero no será un ciudadano que aporta a la sociedad enriqueciendo, embelleciendo, el espacio público, el paisaje. Tampoco conocerá los significados y contenidos básicos vigentes desde hace dos mil años de las tres palabras latinas: utilitas, firmitas y venustas. Mucho menos será consciente de la responsabilidad social en cuanto al intenso consumo de los recursos naturales no renovables. Estará capacitado para hacer pero no para ser.
Ahora los universitarios lo hacen todo a través del teléfono celular, tanto para comunicarse por whatsapp con una lengua empobrecida (jerga) como para realizar una simple operación aritmética. Ya no saben de memoria las tablas de multiplicar ¡para qué si tienen el celular! Quizá por ello ignoran el contenido de las asignaturas humanísticas que han aprobado generalmente con buenas notas: la gramática, el significado de las palabras, la filosofía, la lógica, la psicología, la historia y la geografía. Ignoran el tiempo histórico y los desplazamientos de los sapiens que dejaron huella en el territorio. La cultura general parecería acaso un requerimiento nimio.
El móvil se está convirtiendo en una prolongación externa del cerebro o en un instrumento que lo hace vago. Sabemos que no debe ser así y lo primero que se nos ocurre es la solución salomónica: usar con moderación crítica las nuevas tecnologías. Pero la realidad lo niega. La juventud se engancha más fácilmente al deseo que a la razón. Lo sabe Google, Facebook y afines. Los adultos también lo constatan a diario. ¿Cómo enseñar, formar y educar? ¿Por qué las universidades han sobrevalorado y priorizan la capacitación en perjuicio de la educación y la cultura?
¡Qué se puede esperar si llegan a ser políticos! ¿La incultura tendrá garantizada su continuidad?