En mayo de 2017 se inauguraría la era post Correa. Esto se daría salvo que el nuevo presidente, de ser de AP, careciese de independencia y fuera un subrogante de RCD, como en Turquía lo es Davutoglu de nuestro reciente huésped Erdogan, o como en Rusia lo fuera Medvédev de Putin. O de ganar un opositor, que fracase en impedir el colapso de la economía, en cuyo caso Rafael Correa regresaría, incluso antes de tiempo a través de la ‘muerte cruzada’, como ya lo anticipó.
Pero, ¿cómo sería esa era post Correa? La organización de la economía a través de un Estado que cada vez pesa más, que favorece el empleo público y entraba a la iniciativa privada, nunca tuvo buena prognosis. Ahora que se acabó la bonanza petrolera y queda la deuda pública, ya no es posible. Pero cuando subió Correa, lo que había antes, las recetas del consenso de Washington, ya estaban agotadas.
Son 10 años de un gobierno agobiantemente autoritario. No hay funciones del Estado independientes del Ejecutivo. A las universidades que exhiben pensamiento crítico se les retira el financiamiento y a los medios de comunicación se los sanciona por una cobertura crítica.
Será necesario abandonar la llamada “democracia directa”, que le ha permitido al gobierno ungir en “pueblo” a obsecuentes seguidores, y bajo ese pretexto no escuchar a trabajadores, docentes, estudiantes, médicos, indígenas, profesionales independientes o empleadores, y tampoco a asambleístas, alcaldes y prefectos no afines.
Pero no cabe volver a lo anterior: gobiernos débiles incapaces de ejecutar una agenda coherente, congresos irresponsables, universidades mediocres inmersas en la politiquería. El Poder Judicial era tan opaco y sometido a control político como el actual.
Ni continuismo ni vuelta atrás. El camino es hacia adelante, aunque envuelto en bruma.
Por fortuna, la ciudadanía está despertando. Instituciones de la sociedad civil y gremios a los que el régimen les cierra las puertas, comienzan a preguntarse unos a otros qué quieren del Ecuador del futuro inmediato. Esto, independientemente de quienes serán los próximos gobernantes.
Quienes estaban en la cúpula de gremios e instituciones antes de 2006, en gran parte ya han sido reemplazados por nuevos, y cerca de la cúpula están muchos que en 2006 aún no salían de las aulas. Porque 10 años son media generación.
Este es el momento para que esas iniciativas se multipliquen. Que todos escuchemos y opinemos en nuestros círculos profesionales y familiares, y en redes sociales, para ir construyendo consensos. No se trata de que repitamos la experiencia de la última década, que un líder carismático nos imponga su visión particular. Todo lo contrario. Que quien venga, del oficialismo o la oposición, se encuentre con que la sociedad ya le ha rayado la cancha.