Querida Manuelita: me habría encantado conocerte, comprobar de primera mano tu célebre gracia, tu valentía, tus extravagancias, tus pasiones y tus entusiasmos. Me habría gustado mucho tomar un trago contigo –quizá hasta dos o tres- una mistelita, un gin tonic o, sospechando de tus gustos, un whisky de malta, en una tarde fría y neblinosa de Quito o, incluso, en una mañana desértica, arenosa y soleada de Paita, mientras soportabas con temple tu doloroso exilio.
¿Es verdad que tenías mala letra y una ortografía de vergüenza? Al menos así se lo admitiste al general Juan José Flores en una carta de 1834: “Ya se ve, mi mala letra es conocida y dirigida a usted sería peor; creerían que decía algo de política. Se habrían engañado. ¿Qué tengo yo que hacer en política? Yo amé al Libertador; muerto, lo venero, y por esto estoy desterrada por Santander.”¿Qué opinas del retrato que hizo de ti el sabio Boussingault?, siempre tan puntilloso: “Cuando la conocí parecía tener 29 ó 30 años. Estaba entonces en el esplendor de toda su belleza muy clásica: bella mujer, ligeramente rolliza, de ojos pardos, mirada indecisa, tez blanca sonrosada y cabellos negros. Su manera de ser era bien incomprensible; tan pronto hacía como una gran señora o como una ñapanga cualquiera. Bailaba con igual perfección el minué o la chabuca.”¿O prefieres la representación más sagaz y más penetrante que te hizo el escritor costumbrista bogotano Juan Francisco Ortiz: “De extremada viveza, generosa con sus amigos, caritativa con los pobres, valerosa, sabía manejar la espada y la pistola, montaba muy bien a caballo, vestida de hombre, con pantalón rojo, ruana negra de terciopelo, y suelta la cabellera, cuyos rizos se desataban por sus espaldas debajo de un sombrerillo con plumas que hacía resaltar su figura encantadora.”
¿Me podrías contar, por favor, de tu encuentro con Herman Melville? ¿Es cierto que lo conociste durante una de sus expediciones balleneras en el norte del Perú? ¿Fue en 1841 o en 1847? ¿Es verdad que Melville dijo que te admiraba no como la merecedora de las coronas de la victoria, sino como la merecedora de las honras de la derrota? Te prefiero mil veces como mujer de sangre y fuego, que como heroína de las lambisconerías de la política. Te prefiero mil veces como símbolo de independencia y liberalismo que como fetiche de los populismos andinos. Te prefiero mil veces montando a caballo y manejando la espada con maestría, bailando y cantando, que pronunciando un discurso de barricada o repartiendo bonos y subsidios, como quisieran tus apologistas. Me quedo, en fin, con la Manuelita personaje literario, más que con la Manuelita talismán de los demagogos.