Dos grandes pensadores del siglo 20, Erich Fromm e Isaiah Berlin, plantearon la distinción entre libertad “de” y libertad “para”: la “de” es la ausencia de imposiciones externas; la “para”, la ausencia de ataduras internas como el miedo y las inseguridades.
En una reciente manifestación de seguidores de Donald Trump que él mismo dirigía, alguien pidió a los asistentes que por favor se pongan máscaras, y se oyó una gran rechifla: negarse a usar máscaras contra el covid es para muchos de ellos una clara afirmación de libertad individual.
Planteo que entienden la libertad de manera limitada y destructiva. Al priorizar irreflexivamente solo la libertad “de”, sin considerar si lo que rechazan pudiera ser razonable, renuncian al ejercicio de su libertad “para” juzgar si tiene o no sentido retringir su propia libertad, colocándose una máscara, en favor de algún bien superior.
Y renuncian también a una tercera libertad. Dado que típicamente la ejercemos no en soledad sino en sociedad, propongo que es importante, además, la libertad “con”, que es aquella ejercida, cuando estamos entre otros, de manera positiva y no destuctiva para ellos. Me resulta inadecuado que alguien sea libre “de” y “para”, si no es también libre en coherencia “con”.
Por ello, me parece absurdo el ejercicio de solo la libertad “de”, como la que defendieron con sus chiflidos los seguidores de Trump. Creo que habrían sido mucho más libres, en todas las dimensiones y direcciones de serlo, si a base de su libertad “para”, que les podía haber inducido a ejercerla “con” los demás, hubiesen renunciado a una parte de su libertad “de”: habrián sido más plenamente libres, creo, si hubiesen aceptado ponerse máscaras, aunque hacerlo hubiese violado su libertad absoluta “de”, porque su libertad “para” les habría permitido afirmar su libertad constructiva “con” quienes les rodeaban.
Dicho todo esto, me pregunto, ¿Es tan complicado? Y me parece que no. María Antonieta y yo conversábamos con nuestra nieta de 7 años, y le preguntamos qué era lo más interesante que había aprendido ese día en la escuela. Respondió que en su clase de Aprendizaje Emocional y Social había aprendido los 3 lados del triángulo de la frustración: cuando se siente frustrada, nos explicó, debe (lado 1) identificar la fuente de la frustración, por ejemplo, que su compañero Fulanito le estaba gritando; (lado 2) calmarse ella misma; y (lado 3) lograr, de una manera constructiva, no peleándose con él o golpeándole, que Fulanito deje de gritar. Ella tiene solo 7 años, pero ya le están ayudando a desarrollar su inteligencia emocional, la cual la hará libre “para”, y capaz de ser libre “con”.
Me parece que no es demasiado complicado, pero muchos no logran llegar ahí, y otro de nuestros grandes desafíos es eliminar las barreras a que lleguen.