“Tengo un sueño”, viene del famoso y tan elocuente discurso de Martin Luther King, Jr. pronunciado en agosto de 1963; “no puedo respirar” recoge las últimas palabras de George Floyd, víctima mortal del más reciente episodio de brutalidad policial en Estados Unidos. Juntas como están acá, las dos frases aparecen en una caricatura difundida por el editor del periódico Global Times, órgano estatal de la República Popular China, bajo un faro pintado con los colores de la bandera de Estados Unidos cuyo haz de luz se proyecta a gran distancia. Es una agria forma de sugerir que, dadas sus profundas contradicciones internas, EE.UU. carece de la autoridad moral para dar lecciones de ética social o internacional a la propia China u otros países en los que se pisotean los derechos, no solo de las minorías sino de todos. Burlarse de las contradicciones de una sociedad cuando la propia adolece de mucho peores me parece cínico e hipócrita. Pero el editor chino no deja de resultar admirable por lo inteligentemente suscinto de su sarcástico mensaje, e útil, por lo claramente que señala el drama de esas contradicciones con ese simple “pero” entre las frases de King y de Floyd.
Es evidente que en los Estados Unidos queda mucho por hacer en materia de derechos civiles y ciudadanos. Ofrezco dos comentarios sobre lo que está ocurriendo.
Primero, cabe preguntarnos por qué persisten las contradicciones entre ideales y realidad, tanto en ese país como, tan evidentemente, en los nuestros. Creo que la respuesta está dada, sobre todo, por la indiferencia de la mayoría ante lo que debe cambiar. La mejor expresión que he visto de ella es el cartel referido por Nicholas Kristof del New York Times, sostenido por un manifestante blanco en Nueva York: “El silencio de los blancos mata”.
Segundo, también cabe resaltar todo lo bueno y valioso que estamos teniendo oportunidad de ver. Un evento que me ha llamado especialmente la atención ocurrió hace unas noches en Louisville, Kentucky. Un policía blanco había quedado aislado de su pelotón y fue rodeado por una turba furiosa. Repentinamente, un manifestante negro, hasta ese instante parte de la amenazante turba, se colocó entre ella y el aterrado policía. Luego, otro hombre negro se unió al primero, luego un blanco, otro blanco, y un latino. Los cinco, que, es importante señalar, ni se conocían, engancharon sus brazos y, aunque también asustados, protegieron al policía hasta que llegaron compañeros de él a rescatarlo. El Latino, digno y valiente, de nombre Julián de la Cruz, declaró a la prensa que ese no debería ser un evento extraordinario. “Si yo tengo derecho a pedirles cuentas a mis hermanos policías,” dijo, “también se las debo pedir a los que marchan conmigo, y poder decir ‘Esto no está bien’.”