Resulta que en Paraguay gobierna un presidente de izquierda que lo está haciendo bastante bien. La economía paraguaya creció el 15,3% el año pasado, mientras que la ecuatoriana creció solo al 3,6%. Viendo las cosas así, el problema no es la izquierda, sino el populismo.
El presidente de Paraguay es Fernando Lugo, alguien que, indiscutiblemente, pertenece a la izquierda latinoamericana. Formado en la contradictoria de la Teología de la Liberación, fue sacerdote y hasta llegó a obispo. Tan de izquierda es que públicamente expresa su amistad con Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Corea.
Pero ocurre que en el manejo económico, el presidente Lugo es de izquierda, pero no es un populista. Se da cuenta de verdades tan evidentes como que para que un país reduzca la pobreza debe crecer y para crecer las empresas deben invertir. Y, finalmente, en algo tan obvio que parece innecesario decirlo, si no se crea la suficiente seguridad para las empresas, estas no invertirán.
Entonces, Lugo decidió no hacer cambios absurdos a las reglas de juego en la economía. A diferencia de sus tres ya mencionados amigos, él no convocó a asambleas constituyentes y no anduvo creando constituciones a su medida. Sin ínfulas refundadoras, dejó las cosas en paz, no hizo ocho reformas tributarias en menos de cuatro años ni anda proponiendo la novena reforma, no cambió de nombre a todos los ministerios ni creó innumerables ministerios coordinadores. En resumen se dedicó a mejorar lo existente, en lugar de destruirlo todo para empezar de nuevo (mucha de la energía del Gobierno se ha dedicado a mejorar la atención en salud).
Con eso, lo que logró es que su país, que ya venía creciendo a un buen ritmo antes de su Presidencia, acelerara el paso. Basta leer el primer objetivo del plan de desarrollo del gobierno de Lugo para entender sus prioridades: “Proseguir el crecimiento económico pero con mayor generación de empleo y con mejor distribución de ingresos, diversificando las exportaciones para una más estable inserción internacional de la economía, manteniendo los equilibrios macroeconómicos fundamentales”.
Nótese que el objetivo es “crecimiento” y no el sumak kawsay. Se busca una “inserción internacional” y no expulsar embajadoras gringas. Se quiere mantener los “equilibrios macroeconómicos fundamentales” y no disparar el gasto público a niveles insostenibles.
Y, sin que deba sorprendernos tanto, crece al 15% anual, mientras nosotros, altivos, soberanos, llenos de nuevas leyes, con 80 cambios a impuestos, con Constitución nueva y todo, crecemos al 3,6%. Y todo el empleo que podría crearse si la economía creciera más, no se crea. Y toda la pobreza que podría destruirse, no se destruye. Y toda esa paz que podría generarse, no se genera.