Se espera en cualquier momento la resolución de las autoridades respecto de la renovación de frecuencias de Radio Democracia y Radio Visión, y existen motivos para temer que no serán renovadas, y que serán calladas estas dos voces de la libertad.
Las autoridades actúan, en este y en muchos otros temas, con la soberbia característica de muchos regímenes a través de la historia de pensar que tienen el derecho y la obligación de actuar como tutores de la sociedad, bajo dos premisas. La primera, que ellos saben, mejor que nosotros, lo que debemos pensar, oír, estudiar, hacer, munidos de mayor capacidad para determinar, en todos los casos y para todas las situaciones, lo que es más conveniente. Y la segunda es que, además de poseer esa sabiduría superior de la “ciencia regia”, poseen también la superioridad moral que les autoriza a formular los innumerables juicios de valor que demanda la toma de decisiones por parte de los tutores de la sociedad.
Los principales de Radio Democracia, el Lic. Gonzalo Rosero, y de Radio Visión, el Dr. Diego Oquendo, dos respetables periodistas de muy larga y honrosa trayectoria, con quienes seguramente la mayoría de nosotros hemos discrepado en muchas ocasiones, pero a quienes saludo con el mayor respeto, porque encarnan el ánimo de la libertad, se ven injusta e indignantemente colocados ante el riesgo de que se haga inmenso daño –no que se destruya, pero sí que se haga inmenso daño- a los frutos de sus esfuerzos y desvelos de muchos años por brindarnos a todos nosotros espacios de información, opinión, debate, acuerdo o desacuerdo, que constituyen elemento consustancial de la convivencia entre seres pensantes en una sociedad civil vigorosa.
Quienes laboran en las dos radios, amenazadas sin legítimo derecho con ser silenciadas, enfrentan el riesgo de que, por acción prepotente que se respaldará en leyes inconstitucionales y en amañados reglamentos, se quedarán sin trabajo, al que los mismos causantes de su posible desempleo cacarean que tienen derecho.
Y el resto de nosotros estamos en serio riesgo de que nos cierren dos importantes ventanas a través de las cuales hemos podido oírnos y hablarnos, contrastar nuestras ideas, detectar errores u omisiones, explorar posibilidades, construir soluciones en público debate.
Indigna y apena profundamente vernos, todos, en este trance. Apena que nuestras autoridades no tengan la capacidad para renunciar a su ilusa pretensión de ser nuestros tutores; apena el sufrimiento que es posible que sea impuesto a los directivos y las demás personas que laboran en las dos radios; y apena que aún no logremos defender adecuadamente nuestros intrínsecos derechos.
Pero no debemos resignarnos. El progreso hacia la libertad ha sufrido grandes retrocesos, pero la historia no está del lado de los tutores.
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