En las últimas semanas, se han dado dos eventos notables en el contexto de las relaciones internacionales: la firma del acuerdo entre Irán y el Grupo de los 6 (Alemania, China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia) y el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos.
Eventos como esos solo ocurren cuando las personas reflexionan, ven que las creencias, las actitudes o las políticas que han heredado no son óptimas y, sobre todo, tienen la valentía de cambiar de criterio, aun si hacerlo significará enfrentarse a críticas que pueden llegar a ser feroces.
Tal ha sido el proceso que ha seguido el presidente norteamericano Barack Obama, y por esa valentía, con la cual puso punto final definitivo a aspectos centrales de la política exterior norteamericana de las últimas décadas, se ha ganado el aplauso y la legítima admiración de millones de nosotros en todo el mundo.
Tenemos y hemos tenido otros importantes ejemplos de ese tipo de viraje de timón. Los dos primeros, que no pueden ser dejados de lado, son los ejecutados por los presidentes de Irán y de Cuba, Hassan Rouhani y Raúl Castro, respectivamente, quienes cumplieron importantes roles en, primero, la generación de apertura al diálogo y a la exploración de las posibilidades que este encerraba, y luego, en los procesos enormemente complejos, especialmente para Rouhani, de obtener aprobación de los acuerdos negociados.
En la vida política latinoamericana, tuvimos un valioso ejemplo en la década de 1980, cuando el varias veces presidente de Bolivia Dr. Víctor Paz Estenssoro reconoció errores que se habían cometido, muchos de ellos bajo su propia dirección, en el proceso que se inició con la Revolución de 1952.
Tuvimos otro ejemplo con Alan García Pérez, presidente del Perú en 1985-1990 y nuevamente en 2006-2011, cuando fue candidato a su segunda presidencia y reconoció muchos de los errores que había cometido en la primera.
La valentía de cambiar de criterio, de postura o de dirección política que han tenido los varios dirigentes arriba mencionados constituye una de las manifestaciones más claras de madurez personal, que incluye, en sustancial grado, la superación del narcisismo.
Ese narcisismo impide que admitamos errores, nos lleva a ser dogmáticos e intolerantes, nos hace querer vencer toda contienda y tener la última palabra en todo intercambio de ideas.
La madurez que vence ese narcisismo nos hace, al contrario, capaces de reconocer nuestros errores, de aceptar como legítimos otros puntos de vista, de ser tolerantes y respetuosos de las diferencias, de buscar consensos en el feliz proceso de dialogar, que significa, en sus raíces etimológicas, la construcción de la verdad entre dos, y de volvernos confiables.
Impulsémonos mutuamente a tener la enorme valentía de cambiar.