Hace menos de una semana pasó casi enteramente desapercibida una de las efemérides principales -más trágicas también- de la nacionalidad ecuatoriana.
Cuando iba a entrar dentro del sector conocido como Berruecos, -irregular, cubierto de espesÃsima vegetación, localizada por la ruta que llevaba desde Popayán hasta Pasto, pero excelente para una emboscada- fue asesinado con extrema alevosÃa el Mariscal de Ayacucho, y fue dispersada la exigua comitiva que le habÃa venido acompañando hasta ese paraje. Era la neblinosa mañana del 4 de junio de 1830.
La verdad era que el sueño acariciado por el Libertador Simón BolÃvar se caÃa a pedazos y más que una existencia corpórea como la del propio héroe minado con la tuberculosis; puede estimarse que ya solo era un fantasma, que vagaba por la zona noroccidental de Sudamérica.
Los dos últimos años habÃan sido trágicos. A los atentados contra la propia vida de BolÃvar, se habÃan sumado con frecuencia cada vez mayor, las rebeliones militares, las protestas de los pueblos y hasta el intento de cambiar la Constitución del inmenso paÃs, a través de una Asamblea que habÃa fracasado en Ocaña.
Este último dato movió el Libertador para abandonar la “dictadura”, a principios de 1830 y alejarse de Bogotá. Entretanto el Mariscal Sucre quien habÃa presidido el llamado “Congreso Admirable”, apenas concluidas las sesiones se aprestaba a retornar hacia Quito donde estaban su esposa y su hija.
Pero con idéntica determinación, los conspiradores habÃa resuelto impedirle que llegara hasta la antigua capital de la Audiencia. Por eso, mediante el empleo de tonos solemnes, Alfonso Rumazo González escribió, “Sucre era un condenado a muerte, tomase la vÃa que tomase”.
Concretamente se encargó de la sentencia, el general José MarÃa Obando, jefe castrense de Popayán al que se juntaron varios ejecutores materiales dentro del enmarañado sitio de El Salto de Mayo.
El epÃlogo del relato puede creerse resultó aún más sorprendente. El notable venezolano José Antonio Cova lo describió con mano maestra. El caso fue que Obando registra una caótica y desordenada existencia durante las primeras décadas de la vida independiente latinoamericana. Baste decir que habÃa perdido la cuenta de los cuartelazos en los que habÃa participado, pero de pronto, la fuerza de las armas le resaltó adversa y fue derrotado en la batalla de Cruz Verde el 29 de abril de 1861. Un hombre al huir derrotado, es alcanzado por una lanza enemiga. Agonizando, ahogándose en su propia sangre, con los ojos desmesuradamente abiertos, el herido que es José MarÃa Obando, clama por un sacerdote. El sacerdote que no sabe a quién auxiliar con los últimos sacramentos, al conocer su nombre clava la vista en el azul del cielo y murmura la fórmula de la absolución…El sacerdote era el capellán padre Antonio José de Sucre y Alcalá, homónimo y sobrino del Gran Mariscal (!!).