Pobre en Ecuador y poco valorado, el coleccionismo en otros sitios ha constituido la base de formación de museos, bibliotecas y archivos y ha recibido importantes incentivos tributarios. Sin el gran coleccionista de arqueología, arte colonial y republicano Jacinto Jijón y Caamaño no tendríamos el Museo de la PUCE (actualmente poco accesible) o los archivos del ex-Banco Central hoy Museo y Archivo Nacionales.
Sin la visión de Guillermo Pérez en su política de adquisiciones para el Banco Central, no contaríamos con la espléndida colección del Museo Nacional; o, privadas, la de los marchantes de arte, el fallecido Wilson Hallo, o Iván Cruz, este último responsable principal de la formación de la colección del Museo de El Alabado en Quito.
Dentro de la misma institución, gente como Wilma Granda ha localizado, restituido y copiado los clásicos del cine ecuatoriano que reposan en la Cinemateca Nacional de la CCE.
Los museos ex-Nahím Isaías en Guayaquil y Culturas Aborígenes en Cuenca (Juan Cordero), juegan roles similares, recuperar hitos de la cultura ecuatoriana que permitan que los investigadores hilvanemos la historia de la nación, que los visitantes se empoderen en estas.
Desde el Estado, el coleccionismo no debe ser visto y tachado con simpleza como actividad “pelucona”, sino que se debe crear una política de adquisiciones sistemática, los mecanismos necesarios para valorarlas científicamente, la dotación a sus tenedores de incentivos en términos de impuestos, avalúos justos si se considera relevante su adquisición.
Es decir, cuidar la labor del coleccionista privado para que la colección no se disperse a su fallecimiento sino que sea selectivamente integrada en el acervo de la nación. Uno de los casos sobresalientes es la del bibliófilo cuencano Miguel Díaz Cueva, quien posee la biblioteca privada más importante del país. Durante su vida se dedicó a coleccionar panfletos, libros raros, revistas antiguas, fotografías y hojas volantes sobre Ecuador, que probablemente no existan ni en la magnífica biblioteca jesuita Aurelio Espinosa Pólit en Cotocollao.
Es urgente que el Estado la adquiera para enriquecer una de las bibliotecas regionales de la misma ciudad.El acto de coleccionar es, como todo en la vida, político. El coleccionismo está signado por los intereses y el conocimiento de quien adquiere las piezas del tipo que sean.
Es parte de la historia y debe ser desentrañada. Lo interesante es que más allá de grandes fortunas puestas al servicio del coleccionismo, también existen aquellos menos pudientes en pueblos remotos que recuperan su pasado precolombino “porque eran también nuestros diositos” como supo indicarme Víctor en un pueblo del Azuay; o que recogen fotos para mostrar a sus descendientes, cacharos de vida cotidiana, escenografías para teatro, documentales…