Son las 13:28 del jueves. Por los senderos del parque El Ejido, tres mujeres caminan de un lugar a otro. Visten largas faldas acampanadas, con bordados en la parte baja, y tienen cabello largo.
Una de ellas luce cinco pulseras de plata en su muñeca izquierda, sus uñas están pintadas de dorado y sus ojos cafés claros resaltan en su piel morena.
Se llama Margaret. Tiene 29 años y es gitana. De martes a domingo llega al parque desde la Biloxi, un barrio del sur. Dos mujeres de mayor edad y con canas no se separan de ella.En el extremo norte del parque, en las avs. Patria y 10 de Agosto, Margaret se acerca con cautela a las personas que transitan por el lugar. Se ofrece para leer las manos. Una pareja de novios la escucha. Él responde que no le interesa conocer lo que le deparará el destino. Margaret insiste.
Se decide a tomarle la mano y le anuncia que ve algo bueno en su camino. Él la retira con un gesto de enojo y mueve la cabeza. Se aleja junto con su novia a paso apresurado, regresando a ver.
Margaret no se desanima. Los persigue y tararea una canción en catalán. Dice que es su idioma ancestral. Aparece otra chica, con apariencia de estudiante por la mochila que lleva en la espalda. La gitana se acerca y con voz baja le adelanta que su aura es buena y que se proyecta un buen futuro.
La chica se interesa. Margaret le cuenta que por una colaboración de USD 2 le lee la mano y le responde todas las dudas que tenga. “Y si quieres más precisiones, te leo el tarot por USD 3”.
Se sientan al pie de un árbol. La gitana mira la mano de la joven y le pregunta si es católica. Responde que no. Margaret levanta la ceja derecha y frunce el ceño, le pide que cierre la mano, respira profundamente y hace otra pregunta: ¿Crees en Dios, tienes fe?
Sí, titubea su clienta. “Por la mano de Dios serás feliz, pero por la mano del hombre, no”. La gitana se queda en silencio y mirándola a los ojos le revela que la han hecho un embrujo y que por esa razón no será feliz. Le da la solución: por USD 30 le quita las malas energías. Vanessa responde que no tiene más dinero.
Se acerca una de las gitanas de más edad y empieza a hablar con Margaret, en un idioma que solo las dos se entienden. El diálogo es corto y Vanessa aprovecha la mínima pausa para hacer otra pregunta: ¿Me voy a casar? “ Si te haces la limpia tu suerte volverá y el hombre que has estado esperando te pedirá matrimonio”.
Vanessa agarra su mochila e intenta levantarse. La gitana toma otra vez su mano y pide que le responda con sinceridad qué es lo más valioso que lleva consigo. Menciona el dinero, tarjetas de crédito, joyas y celulares.
La chica responde que solo tiene USD 5,25 y saca del bolsillo de su chompa un celular Nokia 110. Sus aretes son de bambalina y no tiene reloj. La gitana le pide que abra la mochila y adentro hay un cuaderno, un lápiz, un espejo y un cepillo para el cabello.
El gesto de Margaret es de enojo y casi gritando le pide que consiga USD 30 hasta más tarde. Vanessa, con un rostro que expresa temor dice que sí. La gitana le acaricia su cabello y toma un mechón. “Si no tienes nada y vas a volver, sé que puedo quedarme con él ¿verdad?”. La joven se incomoda, paga los USD 5 y se va.
Margaret también se levanta y va a la caza de otro cliente. Es un hombre delgado, cabello lacio y de caminar elegante. Con su mano le hace una seña para que no se acerque. Ella desatiende el pedido y él grita: “No te apegues, a mí no me vas a robar la plata. Soy capaz de denunciarte”.
La gitana tararea, otra vez, los versos en catalán y se pierde entre los árboles. Las otras dos no la sigue, toman rumbos distintos, a paso lento y con cara de mucho enojo. En ese sector del parque se ve a un grupo de unas 10 mujeres con faldas largas, con bordados en la parte baja.