Dos piedras al inicio de la cuadra y dos al final. Efrén Gavilanes las colocó para armar los arcos de la cancha de la calle Pío Montúfar, entre General Gómez y avenida Quito. A pocos metros del George Capwell, el estadio del Emelec, el índor y la salsa son la combinación de fin de semana.
En el equipo de sonido JVC modelo 1986 de la familia Gavilanes sonaba la canción Las Tumbas, de Ismael Rivera, hace dos sábados, un día sin fútbol en la zona. La letra se entendía poco por lo viejo de los parlantes, pero el ritmo llegaba a todos los vecinos para identificar la melodía.
La música no es solamente un hábito de ese populoso sector del sur de Guayaquil, sino un llamado para los peloteros, como se conoce a quienes juegan índor en las calles de cada barrio.
Cuando Damián Proaño, de 19 años, escuchó la canción de ‘Maelo’, como le dicen a Rivera, tomó sus zapatos Venus blancos y desgastados, se puso unos polines negros gruesos y una camiseta roja, réplica de la original del Manchester United (Inglaterra). En la espalda el número 25 y el nombre de Antonio Valencia.
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En menos de cinco minutos, la esquina de las calles General Gómez y Pío Montúfar se llenó de peloteros. Proaño tomó la palabra y abordó a Gavilanes para desafiarlo a armar los equipos. “Me lo llevo a ‘Cara de plato’, a Gudiño, a ‘Fumito’ y a ‘Cuerpo de cola en funda’ para que tape”, le dijo Damián. Efrén aceptó sin problemas y escogió a sus jugadores. “Me voy con ‘Messi’, ‘Cuarto de pollo’, ‘Pelo de muñeca’ y ‘Rascabonito”, le respondió inmediatamente.
Armar los equipos es lo primero. Luego viene el ritual de las apuestas. Damián empezó a recoger el dinero entre sus escogidos y reunió USD 5. “A dólar por cabeza” les gritó a los miembros del equipo contrario desde un extremo de la cancha sobre el asfalto. En los equipos de adultos lo usual también es una jaba de cerveza.
El fútbol callejero tiene sus propias reglas y códigos. Para evitar confusiones durante el partido, el equipo que recibe el primer gol se saca la camiseta. No hay un tiempo de juego establecido, sino que el equipo que marca los primeros tres goles, gana. Si el cotejo llega a estar empatado 2-2, se juegan dos goles “secos”, es decir que el equipo que concrete esos dos tantos, se lleva el total de la apuesta.
Al final del partido, en el cableado telefónico y eléctrico quedan colgados los zapatos rotos o de los perdedores del peloteo…
A ganar sobre la arena
La marea sube con premura. Los 22 jugadores tratan de aprovechar el espacio que queda en la playa de Las Palmas, en Esmeraldas. El partido está empatado y los jóvenes se esmeran por sentenciarlo. Hay una apuesta de por medio: el agua para calmar la sed del equipo contrario.
Sobre la arena, dos pedazos de madera simulan los arcos. La improvisada cancha es utilizada por niños, jóvenes y adultos. Al mes llegan 600 personas. Uno de ellos es Alberto Caicedo -empleado privado-. Cuando tiene tiempo libre acude a la playa para jugar con sus amigos del barrio La Guacharaca, en el centro sur.
En su barrio hay una cancha de usos múltiples, pero él dice que no es lo mismo sudar la camiseta frente al mar. “En la playa se corre más, por el espacio. Además se respira un aire puro”.
Jimmy Blandón, ex seleccionado de fútbol, cree que la playa da mayor fortaleza a los deportistas. Antes de ser profesional siempre venía con sus amigos del barrio, ahora lo hace como entrenador.
Cada año se realiza un campeonato playero con nuevas y viejas glorias del fútbol esmeraldeño.
Cuando el sol arrecia, una zambullida en el mar deja el cuerpo listo para encarar un partido. Los goles, los insultos, las bromas y las caídas son parte del juego.
Patricio Cadena, de barrio Caliente, siente que jugar fútbol playero es una tradición. “Cuando regreso de pescar es la única manera de liberar el estrés”.
Los jugadores de la playa van descalzos y sin camisetas. “Ese es el uniforme oficial”, bromea.
Los fines de semana los equipos se turnan para utilizar los espacios para el fútbol. Si no fuera por la marea, hasta las noches serían testigos de las pachangas depor-tivas. Así se conoce a los cotejos que se acompañan de una buena rumba salsera y cerveza helada.
El fútbol de altura
La neblina desciende lentamente de las montañas. El sol se oculta y el frío aumenta. Pero los 35 niños que integran un equipo formado por indígenas y mestizos de diversas comunas y barrios rurales de las parroquias Juan Benigno Vela, Chibuleo y Pilahuín en el páramo del cantón Ambato, no se inquietan. Quieren concluir el partido a toda costa. Son las 16:00 del martes pasado.
La cancha es de hierba con varios claros de tierra negra, típica del páramo ubicado a 3 500 metros de altitud. Los arcos son de madera envejecida que cruje con un pelotazo cuando el balón pega con un tiro libre.
Entre los chicos se encuentra Luis Chango. Cumplió 8 años y es el más entusiasta. Pertenece a la etnia Chibuleo y como otros seis jugadores sustituyó el poncho a rayas de color rojo por un calentador azul. Le gusta ser delantero. “El aire frío no nos hace daño, cuando jugamos el cuerpo se calienta y solo importa el juego”.
Esa cancha es utilizada los fines de semana por 500 personas: adultos, adolescentes y niños. Arriban de las comunas Alpachaca, La Compañía, Miñarica, Santa Rosa, Echa Leche y otras.
Álex Capuz, de 13 años, llegó de Pilahuín. En esta zona la carretera Ambato-Guaranda permite a muchos de los vecinos de la zona viajar en buses interparroquiales e interprovinciales. “Pago 10 centavos para venir todas las tardes a esta cancha. El fútbol me gusta, me siento bien y quiero ser un profesional”.
La mayoría utiliza zapatos de lona, los más económicos que se cotizan en los mercados cercanos valen hasta USD 10. Cuando hay lluvia se refugian, pero nadie se marcha hasta no concluir el encuentro. Los chicos intercalan los partidos con la escuela y sus tareas de labranza, pues siembran maíz, papas, brócoli, zanahoria, col. Los vecinos residen en casas de bloques y losas.
Julio Zurita es entrenador de fútbol. Cuando no está trabajando le gusta visitar esa cancha para dar algún consejo a los niños.
La noche cae y los chicos vuelven a casa, caminando o en bus, comentando entre risas los goles que no pudieron hacer, y olvidan el frío que acaricia sus rostros.
Fuera de juego
La pelota que se usa es la misma en todos los sitios. Es un balón pequeño fabricado en cuero y relleno de trozos de la esponja con la que se elaboran las zapatillas.
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En Guayaquil se juega todos los años en las calles. En marzo hay el campeonato interbarrial de fútbol en diferentes barrios. Aunque también en las fiestas de julio y octubre en distintos barrios. La cancha se pinta con tiza o pintura blanca.
Igual que el campeonato interbarrial masculino se realiza uno femenino. Las reglas para este torneo son las mismas. En este caso se juegan dos tiempos de 15 minutos.
El 20 de febrero se realizará en el sector Las Palmas (Salinas) el ‘showgol’. Será un torneo de estrellas de fútbol en la arena. Participarán ex estrellas de Barcelona y talentos de pantalla.
En El Quinche, un barrio de la parroquia Santa Rosa, en el noroccidente de Ambato, se juega la Liga Femenina de Fútbol, con 21 equipos. Las futbolistas llegan con sus esposos, hijos y familiares. Algunas caminan más de 15 minutos desde sus comunidades y barrios o arriban en camionetas alquiladas.
Un extenso potrero simula el campo de fútbol en El Quinche, en Ambato. Los arcos son tres maderos unidos por cuerdas. No hay camerinos y ellas llegan vestidas con sus uniformes.