El libro sobre la campaña y el primer año de Donald Trump es más un anecdotario de su inestabilidad que la revelación del entramado del poder.
Uno de los dramas del periodismo es su condición efímera. Y se hace periodismo sabiéndolo. Seguramente, cuando se escribe un libro que supone una mayor investigación, una búsqueda más profunda, la explicación de las causas de un hecho, se lo hace con el reto de lograr una durabilidad mayor que la de un reportaje publicado en un diario.
Pocos lo logran sin embargo. Y lo han sido fundamentalmente aquellos cuyo periodismo no excluye la construcción de una historia. Pero es, por decirlo de algún modo, un género literario -un subgénero, para no ofender a los rigurosos.
Más complicado es alcanzar la perdurabilidad en las investigaciones que revelan el entramado político de alguna casa de gobierno. La excesiva coyuntura podría explicar porqué un libro puede causar una sensación inicial que luego se pierda en el olvido.
También, la prisa con la cual se publica en un formato -el libro- merma aquello que presupone un mayor efecto en la memoria.
De esta limitación sufre el libro ‘Fuego y furia en la Casa Blanca de Trump”, del periodista Michael Wolff. De entrada, al pasar apenas los primeros capítulos, ya deja flotando una duda en el lector: ¿cuánto se puede trabajar sobre un presidente -sea cual fuese su nombre, su orientación y los defectos de personalidad- que apenas lleva un año en el gobierno? ¿Acaso se puede dar por sentado un hecho a partir de las confesiones de algún testigo?
El intento de Wolff es dejar un retrato psicológico de Donald Trump: vanidoso, inseguro, ignorante, caprichoso, individualista, xenófobo, machista. Tonto. Y cómo se manifiesta en el ejercicio del poder. Además, refleja cómo los miembros de su equipo se disputan el favor de un Presidente que lo único que exige es lealtad, sin importarle la inteligencia.
Trump no oculta su desprecio por todo aquello que parece provenir de una formación universitaria o de aquellos que se prepararon para la política como una profesión. Es esa clase, para él aberrante, la quintaesencia del Washington D.C. donde ahora habita.
De todos ellos no obtendrá nada. Carente de cualquier sentido de la atención, todo lo que su equipo le diga no significará nada: él tomará la decisión definitiva como si nadie más en el mundo existiera.
Son todas características que, en mayor o menor medida, ya se conocían del Presidente estadounidense. Pero la obra es débil cuando se trata de entender los hilos políticos que hay detrás del magnate.
Trump y los miembros de su equipo que trataron de evitar su publicación y circulación tenían razón: es un libro construido con pocas fuentes y no parece tener una contrastación exhaustiva.
Es un libro que se nota escrita al apuro -esa enorme barrera del que quisieran liberarse muchos periodistas que trabajan en el día a día-. Y se nota que es un libro que tiene intenciones de mercado.
Y, en ese sentido, Trump es una máquina de hacer dinero también para el periodismo que él desprecia, aún más porque no le permiten ser amado como la celebridad que es.
Trump es la salvación para los medios. Tanto para los que están en contra como los que están a favor. Él solo puede llenar varias páginas y toda noticia generará alguna reacción.
Pero el Presidente y su equipo se equivocaron en algo: haber tratado de impedir su circulación dio al libro un impulso de mercado que, probablemente, no hubiera tenido sin el aspaviento de la Casa Blanca.
Seguramente se trata de un libro menor para un Presidente menor. Pero Trump como personaje viene bien para cualquier relato. Sin embargo, si el libro pretende explicar -o debiera pretender- el manejo del poder en la era Trump se queda corto. Es, en resumen, una chismografía de cómo es la Casa Blanca desde el 20 de enero, cuando el magnate fue investido como el cuadragésimo quinto presidente de Estados Unidos.
Lejos -muy lejos- está del clásico y referente del periodismo político: ‘Todos los hombres del presidente’ (1974). Es una obra emblemática pese a que sus autores, Bob Woodward y Carl Bernstein, a diferencia de Wolff, no tuvieron una intencionalidad. No tenían en su agenda el juicio político ni la destitución del entonces presidente Richard Nixon.
El objetivo fundamental de Woodward y Bernstein era contar la mejor versión posible de la verdad. Y Wolff se para en la vereda opuesta. Aparece como el enemigo de Trump. Y su libro, quién sabe, podría ser fuente para las pericias psicológicas que avalen los argumentos de quienes creen que no tiene un perfil psicológico para ser presidente.
Más allá de esto, ¿es ‘Fuego y furia’ un libro que merece ser leído? Si se le acredita toda la verdad, puede ser atractivo. No tiene aciertos narrativos, pero el lector puede regodearse con algunos aspectos de esta Presidencia.
Si bien todo apunta a querer ser una revisión de Trump, en el libro predomina otro personaje: Steve Bannon, exjefe de campaña de Trump y fundador de un medio de extrema derecha: Breitbart News.
Él es el hombre que impulsó aún más el aislacionismo de Trump. Es él quien empujó para que EE.UU. saliera del Acuerdo de París. Fue Bannon quien llevó la agenda de la derecha estadounidense a la Casa Blanca. Y a pesar de ello, había un desprecio mutuo entre él y Trump. Para aquel, este era un idiota, pero era funcional a su ideario. Para este, preocupado por las apariencias, la sola presencia física de aquel le producía escozor, aunque también le sabía funcional.
El libro remarca el desorden y el caos de Trump con los asesores más cercanos durante su primer año: Bannon, que sintetizaba el nacionalismo extremo; su yerno Jared Kushner y su hija Ivanka, que lo unían de algún modo con la modernidad, y su primer jefe de Gabinete, Reince Priebus, quien lo vinculaba con el establishment republicano. También, destaca las vergüenzas de su equipo con sus exabruptos.
Quizá lo más fascinante del libro no es el ejercicio de Trump en el poder, sino la poca fe que tenían los republicanos y él mismo en poder ganar a Hillary Clinton en las elecciones. Según el libro, el mismo Trump no quiso poner un centavo para su campaña. La única persona que creyó que ganaría fue su esposa Melania. Paradójicamente, era la que menos quería su victoria. Puntos altos en chismografía.