El 21 de diciembre los indígenas de la Sierra norte celebran el Kapak Raymi; su nuevo año comienza en marzo y no en enero. Foto: José Luis Mafla / EL COMERCIO.
Diciembre es un mes de reflexión dentro de la cosmovisión de los kichwas de la Sierra norte. Con el solsticio de invierno, que se celebra el 21 de este mes con el Kapak Raymi (fiesta grande, en quichua), se evalúa a los líderes y se hacen cambios sin son necesarios. Así explica lo Blanca Chancoso, miembro del Consejo de Mayores de la Ecuarunari.
La dirigente también señala que para los indígenas en enero no comienza el año, como marca el calendario gregoriano, sino el 21 de marzo. “El conocimiento ancestral determina que el año no finaliza el 31 diciembre ni empieza el 1 de enero”, ratifica Gustavo Guayasamín, especialista en Astronomía Indígena Prehispánica.
El nuevo año andino coincide con el equinoccio, que es uno de los días del año en que no hay sombra al mediodía por la posición perpendicular del Sol respecto de la Tierra.
La tradición determina que el Kapak Raymi, como todas las celebraciones ancestrales andinas, tiene conexión con el ciclo agrícola del maíz. La fiesta inicia cuando la planta está en germinación.
Es por ello que los niños y jóvenes, cuya edad se relaciona simbólicamente con el grano, tienen un papel muy activo durante la celebración. Este año se revitalizó la práctica de juegos tradicionales como las tortas, curiquingue, peleas de gallos, entre otros para animarlos.
Josefina Lema, mama yachay (mujer de sabiduría), espera el inicio del año andino para encender el mushuk nina (fuego nuevo). Para dar la bienvenida a ese nuevo ciclo realiza una ceremonia de agradecimiento a la Pachamama, con flores y frutas.
Sin embargo, el último mes del año del calendario gregoriano, en algunos casos, sirve a los indígenas para evaluar sus logros y delinear los planes futuros, en torno al fuego, según Inés Cotacachi, dirigente de los jóvenes de la Federación de Indígenas y Campesinos de Imbabura.
Estos días de asueto, las comunidades realizan actividades recreativas, a la par de las asambleas de autoridades. Además, Chancoso explica que en algunas comunas se realiza la quema del Año Viejo, como ya es tradicional en el país.
Una fiesta ‘liberal’
En pueblos de Esmeraldas y Colombia, los chigualos, a los que también llaman arrullos o canto de angelito, son versos que expresan sentimientos de amor por los niños muertos, durante los velatorios. Pero también cumplen otras funciones y están presentes en otras actividades comunitarias.
El chigualo afroesmeraldeño es más lastimero, según el investigador Willman Ordóñez. En Manabí, en cambio, el chigualo está presente en la fiesta montubia entre verso, baile, juego y canción tradicional. La celebración de Fin de Año, que comienza en Navidad no es la excepción. El festejo inicia el 25 de diciembre y se extiende hasta el 2 de febrero, día de las Candelarias.
Con versos, rondas y coplas se homenajea el nacimiento de Cristo. “La tradición tiene que ver con hacer una representación ritualística de ofrenda al Niño Dios, al que en Manabí le dicen Emmanuel o Manuelito”, indica Ordóñez, investigador de la cultura montubia. “Las ofrendas montubias son más liberales, más paganas que divinas. Es una fiesta llena de juego, dulces, trago y baile; con amorfino, décimas y versística”, agrega Ordóñez.
Tras la ofrenda, en una segunda etapa del chigualo los versos alcanzan “cotejamiento” y connotaciones “amatorias”. Y así no es raro que una mujer le cante al Niño: “El niñito tiene el dedito alzado como que me dijera que vaya a su lado”.
Con los cantos se intercalan rondas, ruedas y juegos, para lo cual se suele tapar el rostro de la imagen o se lo esconde en señal de respeto. “Permiso niñito, que voy a jugar, con todo respeto, en frente e’su altar”.
El chigualo montubio se sigue entonando en esta época en cantones de Manabí como Chone, Picoazá o Santa Ana.