El mundo atestigua una ola de violencia que parece perpetuar la confrontación entre personas de creencias religiosas distintas. Se trata de una lucha muy antigua que ha significado cientos de miles de muertos y millones de desplazados.
La sociedad civil internacional busca armonizar y acordar las bases del derecho humano a la fe, esto es, al “diálogo interreligioso como instrumento de paz”. Lamentablemente ni las Naciones Unidas ni los Estados miembros colectivamente o bilateralmente han sido capaces de reducir, peor eliminar, la carnicería a la que asistimos a diario en las pantallas y medios que reflejan confrontaciones que aducen ser religiosas.
La religión, como un receptáculo de creencias y valores, es un tema complejo que atañe a la vida íntima. Es una aberración su uso como instrumento de muerte. Por ello es importante afianzar y ampliar los derechos humanos mediante mecanismos que defiendan el derecho de una persona a profesar cualquier fe sin ser sujeto de violencia o muerte.
La creación de un “califato” en territorios de Iraq y Siria demostró que los acontecimientos en Medio Oriente pueden tener desenlaces aún más violentos. En las zonas controladas por el grupo extremista Estado Islámico (EI), se impuso una doctrina de islamismo radical que justifica tortura, ejecuciones sumarias, venta de mujeres, opresión o eliminación de otras religiones, pero sobre todo, la creencia de que ellos son dueños de la verdad única.
Reducir al EI ha tomado una coalición militar de más de 30 países. Pero el desalojo de los rebeldes no exime su mutación a otras formas de terrorismo que se expanden globalmente. Ataques con bombas, armas y vehículos son comunes en varios países y ponen en jaque a los sistemas de seguridad que no pueden y no entienden cómo afrontar a “guerreros religiosos” que creen que morir en nombre de su Dios asegura eternidad.
La guerra en Medio Oriente es una manifestación más del sistema alterado de valores que ancla su existencia en la fe. Vivimos una etapa histórica que comenzó antes de las mismas cruzadas de la Edad Media cuando el cristianismo se enfrentó con el islamismo por el control de Tierra Santa. Casi nada ha cambiado en más de un milenio.
Hay que enseñar a los nuevos líderes de las comunidades cómo solucionar este tipo de conflictos sociales. La formulación de un derecho humano a la fe es de capital importancia para regular el comportamiento de los Estados frente al uso de la religión como excusa para una confrontación bélica. Las reuniones que produjeron la Declaración de Rabat en 2012 y la de Beirut de 2017 son instrumentos para lograr que líderes religiosos den pasos para eliminar esta actitud criminal condenable en todo sentido. La paz debe perdurar independientemente de nuestras creencias o diferencias.
Dejaré de contribuir con mi columna de opinión, ya que el Presidente Lenín Moreno me ha pedido servir nuevamente a mi país y a mi pueblo, honor que no puedo declinar.