Emilio Suárez en una de las oficinas de la firma de abogados en la que trabaja desde el 2015. También es catedrático universitario, en análisis de procesos constitucionales. Foto: Vicente Costales / EL COMERCIO
Cuarenta años atrás, Ecuador se convirtió en el primer país de la región en volver a vivir en un régimen democrático, luego de haber pasado una década bajo una serie de gobiernos dictatoriales. Emilio Suárez, un abogado constitucionalista que nació ocho años después de que Jaime Roldós llegara a la Presidencia, reflexiona en esta entrevista sobre la importancia del retorno a la democracia y sobre las falencias y fortalezas de este sistema, a escala global.
¿Cómo le explicaría a un milenial qué es la democracia?
A un milenial le diría que la democracia es un sistema de gobierno que empodera a la ciudadanía en la toma de decisiones. Que implica una activa participación, por parte de toda la gente, en el sistema de gobierno y en las decisiones que ese sistema adopte. Lamentablemente, para los mileniales ecuatorianos, la última década no fue el mejor ejemplo de lo que es un sistema de gobierno democrático. Tienen muchos vacíos en relación a lo que significa vivir en democracia y cuál es la responsabilidad que tienen como ciudadanos. Los jóvenes a veces piensan que la democracia es solo ir a votar y sin duda es mucho más que eso.
Muchos teóricos y pensadores sostienen que la democracia está en crisis. ¿Qué le ha quitado legitimidad a este sistema?
Ahí quiero acogerme a una frase muy famosa de Winston Churchill que dice que la democracia es el peor sistema de gobierno creado por el hombre, con excepción de todos los demás. La democracia no es, desde ningún punto de vista, un sistema perfecto pero el resto son peores. En ciertos países, especialmente de Sudamérica, la gran amenaza que tiene la democracia es el populismo, y la presencia de ciertos gobernantes mesiánicos que quieren resolver los problemas de la gente como gobernantes y no como gobierno o estado.
¿Cuándo la democracia se convierte en antidemocracia?
La democracia se convierte en una dictadura cuando se pierde la división de poderes, cuando no hay una efectiva representación de la gente, y cuando esa gente se siente desilusionada con sus gobernantes. Creo que este último punto es el más grave porque cuando las personas se desilusionan con un gobierno por cosas como la corrupción también se desilusionan del sistema. Muchos se preguntan para qué seguir eligiendo gobernantes que van a continuar por el mismo camino.
¿En dónde radica la importancia de la democracia, en tiempos donde florecen los fascismos y los fundamentalismos?
Hay que tener en cuenta que existen diferentes tipos de democracia y también existen dictaduras disfrazadas de democracia. La democracia no solo consiste en ganar elecciones, porque hemos visto cómo en países como Venezuela, por ejemplo, no han servido para que la gente esté mejor. No hay que olvidar que América Latina vivió periodos muy duros con las dictaduras. Creo que la dictadura ecuatoriana fue la menos complicada y con menos estragos, en relación a las que se vivieron en el resto de países de la región pero igual no hay que olvidarnos lo difícil que es vivir en una dictadura y lo complejo que es para todos estar al amparo de un gobierno fascista o fundamentalista.
¿Por qué la alternancia de autoridades es uno de los principios básicos de los regímenes democráticos?
La democracia vive de la alternancia. Un gobernante que se pretende perennizar en el poder deja de ser un demócrata. En el país, durante la última década, vivimos un grave riesgo de que, justamente, se perdiera ese principio de alternancia. Si no existe fácilmente se puede dar paso a la presencia de gobiernos autoritarios y fascistas que ya no representan al pueblo sino que se representan a sí mismos.
¿Cuál es el valor democrático más importante en estos tiempos?
Estoy convencido de que el valor o principio más importante es la responsabilidad. Como vivimos en democracia, los gobernantes tienen la responsabilidad de rendir cuentas de todo lo que hacen. En la década anterior se decía que el mandante es el pueblo y efectivamente es así. A los ecuatorianos nos hace falta empaparnos un poco más de lo que pasa en el día a día de la gestión pública. La gestión pública no debe ser dejada solo a los funcionarios públicos. El ejercicio democrático no se acaba con el voto sino que tiene que haber un ejercicio diario de revisión, de crítica y de auditoría hacia los gobernantes. Creo que nuestro trabajo es no esperar que los gobernantes nos garanticen la democracia sino exigir que se cumpla.
Se cree que los referéndums son los mecanismos más idóneos para ejercer la democracia, ¿qué tan cierto es en la práctica?
En el país se ha creado esta idea de que todos los problemas se van a solucionar con consultas populares y estamos muy lejos de que eso pase. Los estados deben generar ciertos filtros a la democracia directa pero no en exceso. El Brexit es un caso muy claro de que las consultas no siempre son el mejor camino. Después del referéndum muchas personas se arrepintieron de la decisión que habían tomado, esto porque como seres humanos, a veces, nos dejamos llevar por la calentura del momento. Los referéndums son un mecanismo idóneo pero no ideal para una democracia. Los gobiernos que basan sus decisiones en lo que opina el pueblo a la larga se vuelven ingobernables.
¿Por qué a los países que viven en democracia les ha resultado tan complicado responder a las necesidades de las minorías?
La democracia tiene un problema que se llama la dictadura de la mayoría. Vivimos de decisiones que toma la mayoría a través de mecanismos de participación directa y muchas veces no se toma en cuenta a las minorías. Por eso, en los diseños constitucionales deben crearse mecanismos antidemocráticos, que en el caso del país cobran vida a través de la Corte Constitucional, que está obligada a cuidar los intereses de las minorías. Porque si fuera por las mayorías, mañana consultaríamos al pueblo, por ejemplo, si estamos o no de acuerdo con el matrimonio igualitario y esas son cosas que no se pueden hacer, porque los derechos no se consultan.
¿Hace 40 años el país retornó a un régimen democrático o solo salió de un régimen dictatorial?
Creo que volvimos a un régimen democrático que se ha ido puliendo con el tiempo. Estos últimos 40 años no han sido fáciles. Pienso que hay que adecuar la democracia a nuestras necesidades. No podemos copiar sistemas democráticos de otros países sin un filtro, porque cada país tiene sus circunstancias. Por eso los proyectos integracionistas fracasan. Una democracia regional podría funcionar si se toman en cuenta las diferencias. Incluso a la Unión Europea no le ha sido fácil. En varias décadas de existencia no ha logrado consolidar su sistema.
¿Qué es lo peor que le ha pasado al país en nombre de la democracia?
Lo peor que le ha pasado es la fragmentación política. Eso ha producido una falta de gobernabilidad en el país. También ha generado que se necesite una serie de componendas y acuerdos y que haya que ceder los espacios de poder a ciertos movimientos que tienen fuerza política, pero que no necesariamente tienen demasiada representación frente a la ciudadanía. Se eliminaron ciertos candados que había para la creación de movimientos y partidos políticos, y eso provocó que vayamos a una elección y tengamos papeletas con más de 300 candidatos y no podamos conocer bien a ninguno.
¿Y lo mejor?
En estos 40 años hemos avanzado en la garantía de varios derechos sociales como el derecho a la educación y el derecho a la salud. No es menor el hecho de que fuimos el primer país de la región en retornar a la democracia. Esa es una muestra de que los ecuatorianos confiamos en este sistema, a pesar de sus falencias.