Desde el pasado jueves, las fuertes lluvias y la marea alta generaron el desbordamiento de los ríos Milagro, Los Monos y de algunos esteros como el Belín. Foto: Mario Faustos / EL COMERCIO
Sobre una colchoneta en el piso, Rosa Grajales intentaba calmar a su hijo Max. Tiene 22 años pero se encoje como un niño de cuna.
Nació con parálisis cerebral infantil, usa pañales y necesita medicinas para aliviar sus dolencias. Pero las inundaciones que aquejan al cantón Milagro (Guayas), interrumpieron su tratamiento.
“Donde vivimos el agua entró a las casas y se llevó nuestras cosas. No encuentro sus remedios ni tampoco nuestros documentos”, contó la madre la mañana de este sábado 1 de abril, cuando un médico se le acercó para pedir la cédula de Max y registrar los medicamentos que le entregaron tras un rápido chequeo.
Rosa, Max, César, su otro hijo de 10 años; y Hahichi, el perro de la familia, comparten dos colchones en una de las aula de la Unidad Educativa José María Velasco Ibarra. Hasta el mediodía, 385 personas fueron trasladadas a este colegio. Al igual que Rosa y sus hijos, todos tuvieron que abandonar sus viviendas porque el agua superó un metro y medio en los sectores donde viven.
Desde el pasado jueves, las fuertes lluvias y la marea alta generaron el desbordamiento de los ríos Milagro, Los Monos y de algunos esteros como el Belín. Ayer el agua incluso cubrió la zona céntrica; hoy se concentró en barrios periféricos, como Bellavista, San José, Margaritas 2 y Unidos.
Durante la mañana, la ministra de Gestión de Riesgos, Susana Dueñas, hizo un sobrevuelo por el cantón y constató que el 50% continuaba anegado. “Los expertos calculan que entre 18 y 20 horas, si no hay lluvias intensas, el agua disminuirá”, dijo.
Ciro Miño ruega que pronto todo regrese a la normalidad. Ayer intentó llegar a su casa, en el sector Bellavista, pero se dio por vencido. “De tanta agua me empezaron a doler las piernas y no pude más. Tuve que venir al albergue”, contó el hombre de 74 años. Ahora aguarda recostado en un colchón, con su bastón y la ropa que lleva puesta desde ayer.
La alcaldesa Denisse Robles informó que los problemas persisten en los sectores Bellavista, Palma Sur, parte de San Miguel y en Las Pozas. En este último, un niño de 13 años se ahogó mientras jugaba en medio de la inundación.
Para las autoridades locales, esta es una de las peores emergencias que afronta Milagro en los últimos 20 años. El exceso de lluvias durante marzo acentuó la vulnerabilidad del cantón que, según un estudio de la Secretaría de Gestión de Riesgos, registra un 22% de sus casi 166 600 habitantes en zonas de alto y muy alto riesgo de inundaciones.
El prefecto del Guayas, Jimmy Jairala, recorrió algunos cantones de la cuenca baja del Guayas, también con problemas por las lluvias y la marea alta, que frenó el rápido desfogue. “Milagro, Yaguachi y Naranjito son las zonas más afectadas. En la tarde salimos de la pleamar y ojalá empiece a bajar el agua”.
Pero en el barrio de Sandra Santillán, en Milagro, el caudal disminuía lentamente. Así que decidió refugiarse en el colegio Velasco Ibarra, donde por ahora su pequeña hija juega con otros niños en el patio.
Allí, los más chicos andan en bicicletas y corren detrás de sus mascotas, que también fueron de las inundaciones. Mientras ellos se entretienen, Sandra y otras mujeres se encargan de adecuar las aulas y de extender cordeles para secar la ropa mojada que lograron sacar de sus viviendas.
Enrique Ponce, coordinador de Gestión de Riesgos de las zonales 5 y 8, informó que hasta la mañana tenían tres albergues habilitados. Pero decidieron trasladar a todas las familias a un solo sitio. Son alrededor de 14 aulas que están disponibles para atender a los albergados, y donde también hay un centro de acopio para extender la ayuda con vituallas y agua a los barrios afectados, donde muchos se niegan a dejar sus hogares.
Alfonso Carpio salió en la mañana a comprar alimentos y casi al mediodía esperaba un cupo para volver a su casa en uno los botes de rescate que trasladaban víveres a las zonas más críticas de Bellavista. “El agua nos dañó algunas cosas -relató-. No queremos que lo poco que nos queda se lo lleve la delincuencia”.