Abraham Calazacón conserva un bosque, donde ha sembrado más de 200 plantas nativas. Foto: María victoria Espinosa / EL COMERCIO
En el futuro, Abraham Calazacón debía convertirse en un chamán de la nacionalidad tsáchila. Sus padres, María y Augusto, así lo decidieron desde que estaba en el vientre.
Su padre realizaba rituales para que los ancestros guiaran el camino de su hijo hacia el conocimiento de la medicina ancestral. María, en cambio, llevaba una dieta – recetada por los chamanes de la comuna Chigüilpe– para fortalecer los huesos, el cerebro y el espíritu del bebé.
Al nacer se practicó un ritual para aumentar las energías en el hogar y pedirles a los antepasados sabiduría y templanza para su hijo.
Durante su infancia, a los 5 años, empezó su formación chamánica. Junto con su padre y hermanos recorría los bosques de la comuna para identificar los tipos de plantas, reconocer los senderos y fortalecer el liderazgo de Abraham en el grupo.
Durante esos recorridos, los adultos mayores le contaban historias sobre cómo la colonización de Santo Domingo empezó a afectar al ecosistema nativo por la tala de árboles.
Para Miriam Calazacón, esposa de Abraham, esas narraciones marcaron la vida de su pareja. Desde que lo conoció, hace más de 20 años, su proyecto para el futuro estaba claro. Él quería servir a la comunidad.
Empezó con la medicina ancestral. Estudiaba durante horas las propiedades, formas e incluso olores de las plantas medicinales. En ese proceso descubrió que los bosques mermaban su producción de plantas sagradas, como algodón o achiote.
Compartía los hallazgos con los jóvenes de la comunidad, pero ellos no mostraban suficiente interés. También notó que ya no hablaban el tsa’fiki (lengua materna) ni vestían la indumentaria típica.
Abraham y Miriam decidieron abrir la primera escuela cultural de Chigüilpe, llamada Mushily.
Primero construyeron una pequeña cabaña con paja toquilla, bambú y caña agria. En ese lugar convocaron a los primeros 15 niños y jóvenes, a quienes se les empezó a enseñar sobre la historia, las costumbres y las tradiciones tsáchilas.
Abraham adquirió esos conocimientos de su padre Augusto, quien es el fundador del primer museo etnográfico tsáchila, chamán y un historiador oral nativo.
Emilio Calazacón fue uno de los primeros estudiantes. Él recuerda que durante las clases, Abraham los observaba y les hacía preguntas. Con el tiempo descubrió que el chamán buscaba encontrar el don que tenía cada estudiante para ayudar a fortalecerlo, como lo hicieron sus padres con él cuando era niño.
Emilio mostró destreza para la pesca, la caza y la construcción. Por su fortaleza y rapidez, Abraham lo bautizó con un nombre tsa’fiki: Sayamá, que en español significa domador de serpientes.
Abraham buscaba recuperar la tradición ancestral de los nombres nativos, que se basaban en la naturaleza y las habilidades de las personas.
Primero lo hizo con sus hijas Shuani (Brisa de lluvia) y Kasani (Nueva semilla). Ellas también son parte de la escuela cultural, donde han reforzado el idioma, la danza y música.
Tamara Calazacón es hermana de Miriam. En Mushily la bautizaron con el nombre de Kualuli, una flor nativa. Junto a sus sobrinas y su hija, Shuyun, danzan y entonan instrumentos como la marimba, el bombo y el shuade (palo de lluvia). Kualuli recuerda que se unió a Mushily porque buscaba identidad, pues sentía que había perdido sus costumbres. “Abraham no me juzgó. Dejó que me adaptara e interesara por la danza”.
En el 2017, la escuela ya tenía más de 50 aprendices de Chigüilpe, Cóngoma y Colorados del Búa.
Con los estudiantes se creó un grupo de danza cultural. Además, para visibilizar a la nacionalidad se les ocurrió que en las instalaciones de la escuela podrían crear un centro cultural y turístico.
Abraham tenía la experiencia de su padre con el museo. Así que conformó los grupos según las habilidades de los jóvenes. Unos construyeron cabañas, otros conformaron los grupos de danza, se entrenaron para guías o se desempeñaron en labores como la cocina o artesanía.
Según Diana Aguavil, la gobernadora Tsáchila, Abraham les devolvió la identidad y la autoestima a los jóvenes. También les generó fuentes de ingresos económicos, a través del turismo. “Los jóvenes no tuvieron que salir a la ciudad por trabajo y eso fue clave rescatar nuestras costumbres y tradiciones tsáchilas”.
Desde que se fundó Mushily, hace siete años, se han creado proyectos como la recuperación de 8 hectáreas de bosque nativo, se ha capacitado a 50 familias nativas y se han recuperado celebraciones nativas, como la Fiesta del Guama, que se celebra antes del Kasama, y festejos con barro para la época de Carnaval.