Pico es bailarín de danza contemporánea, coreógrafo y maestro de danza y teatro. Diego Pallero / EL COMERCIO
Wilson Pico no tiene celular, así que el email fue el camino hacia él. Para esta época de hiperconexión, de alertas que nos permiten saber que los mensajes han llegado y han sido leídos por el destinatario, esperar por la respuesta fue un disparador de la ansiedad periodística. Después de unas horas, sin embargo, el bailarín marcó mi número y nos pusimos de acuerdo para hacer una entrevista vía telefónica, paradójicamente, acerca de la revalorización del contacto físico.
¿Por qué no tiene celular en esta época tan hiperconectada?
Se ríe—. No es un descuido, es una posición interna que me ha cuidado, he sentido que voy a perder algo. Pero muy pronto lo voy a tener, claro, voy a ganar en rapidez y en eficiencia. Considero que los avances tecnológicos en este sentido son un arma poderosa de comunicación, estoy a favor de ellas, siempre y cuando estas armas no nos dominen, sino que cada persona sepa inteligentemente y sensiblemente utilizarlas.
Aunque lo virtual cumpla con su parte, sin el cuerpo no hay abrazos, besos o caricias…
Claro. La necesidad del contacto es enorme, es algo que tenemos apenas nacemos. Creo que, así como nuestra boca busca alimento, nuestras manos buscan el contacto con la mamá. Entonces, el tacto, el contacto, el dar, el recibir, la comunicación por medio de las manos, mirarse, sentir el olor del otro, todo esto es algo que el ser humano no debe perder nunca porque son los cimientos de nuestra estructura emocional y física.
¿Y más aún en las sociedades latinoamericanas, no?
Los personajes que bailo me fueron abriendo las puertas a otras ciudades, a otros países, así logré conocer otras culturas. Es verdad, el ser latinoamericano se conecta más con los italianos, con gente de algunos sectores de España, con la cultura gitana nos conectamos inmediatamente, porque es poderosamente universal. Entonces, en cada país encontramos más predisposición o menos predisposición a toparnos. Hay personas como el personaje Zorba el griego, un ser abarcante, que necesita bailar para poderse sentir tranquilo, no aguanta la pasividad, tiene que abrirse y afortunadamente eso se encuentra en todo el mundo, mujeres y hombres de gran capacidad emocional, sentimental.
¿Cuáles son los valores que tiene el cuerpo como instrumento de introspección y reconexión espiritual?
Cada vez que comienzo un entrenamiento corporal pongo en juego lo que conozco y me abro mentalmente a conocer algo que todavía está ahí esperando. Es como movilizar los recursos que están escondidos en la memoria corporal. Entonces, el cuerpo es un medio de expresión sentimental, emocional, intelectual y de la memoria. La memoria tiene que ver con lo personal y lo colectivo, con la familia y el entorno. Las raíces que cada persona tiene se extienden más allá de nuestra comprensión.
Y con los ojos cerrados, el medio para ver es el tacto.
Sí. En los talleres trabajamos con los ojos vendados y cuando eliminamos la vista, ahí recién uno descubre cuánto se ha perdido de valorar el contacto. Solo jugando, y con varias sesiones, recién el cuerpo es como que dijera, bueno, me has dado tiempo para poderme expresar. Las manos, codos, pies, caderas tienen su propio lenguaje.
Ahora que nos vemos obligados a mantener distancia social, ¿es una oportunidad para repensar en la importancia de la cohesión social y de los vínculos?
Cuando podemos conectarnos con lo que somos, y eso quiere decir con nuestras fortalezas y con nuestras debilidades, obtenemos la capacidad, comprensión y humildad de cambiar este encierro obligado en algo que nos haga agradecer por las cosas que no habíamos agradecido. De esa manera podemos salir fortalecidos de ese momento duro que tenemos.
¿Qué fenómenos cree usted que se pueden estar dando entre aquellas familias o parejas que, para cuando ya se publique esta entrevista, llevarán 15 días de proximidad entre cuatro paredes?
Es un momento nuevo, pues nadie nos ha preparado para afrontar esta situación, no sabemos qué va a pasar, pero podemos tener la actitud de aprender. El padre tiene que aprender de su hijo, aún del más pequeño, hasta podemos aprender de los gatos, de los perros. Si estamos abiertos vamos a aprender del sabor de la comida, del silencio. Sin embargo, uno de los problemas más graves es el económico, a la gente que vive al día no le podemos estar pidiendo posiciones filosóficas ante una ausencia de comida en el plato, por eso toca hablar con cuidado.
Este distanciamiento obligatorio que estamos viviendo está lleno de paradojas, como el hecho de que debemos combatir juntos esta batalla, pero no poder estar juntos. ¿Qué piensa de ello?
¡Ajá! Esa paradoja le da un interés escénico a la situación. Pero cuando hay esas contradicciones es cuando surgen soluciones profundas y verdaderas. Ante todo tiene que funcionar el criterio de cada persona.
¿Usted cree, como se ha visto en algunas historias distópicas en la literatura o el cine, que tras superar la pandemia, la gente no recuperará la confianza en el contacto con el otro?
Ese es el riesgo que tienen estas grandes catástrofes, pero, si afrontamos la situación con inteligencia, con amor, con ternura, con todos estos valores que cada uno de nosotros puede manejar, nos vamos a recuperar de una manera auténtica y fuerte.
¿Cuál es el valor que van a adquirir gestos como los besos y los brazos luego de la pandemia?
Si actuamos con decisión y sensibilidad, llegará más pronto el día en que volvamos a abrazarnos. El cuerpo va a estar hambriento de esa medicina que reconforta. Tendremos que dejar en el campo del olvido este miedo al contacto. Ahora es necesario, pero es feo, es extraño para la mayoría de la gente.