En el instituto Adolfo Kolping se estudian antiguos tejidos artesanales y se elaboran nuevos, con técnicas tradicionales. Foto: Cristina Márquez/ EL COMERCIO.
En el taller de Nicolás Sinaluisa abundan los colores y las texturas de tejidos andinos. Él sabe que cada tonalidad tiene un significado distinto en la cultura indígena y está convencido de que su misión es transmitir esos conocimientos a las nuevas generaciones.
Sinaluisa es docente del Instituto Artesanal Adolfo Kolping, en Yaruquíes, parroquia de Riobamba. Allí se instruyen unos 300 jóvenes de 13 comunidades de Chimborazo.
En el ciclo básico, los estudiantes pueden optar por especialidades artesanales, como construcción y montaje de muebles, mecanizado y construcciones metálicas y tejidos típicos andinos.
“Preparamos a los estudiantes para que puedan desempeñarse en la industria. Las universidades preparan profesionales para la creación de nuevas empresas, nosotros complementamos la formación para que sean mano de obra calificada”, dice la directora Jeaneth López.
El instituto nació para formar artesanos calificados que puedan trabajar en las industrias y también para promover el emprendimiento. El impulsor fue Wolfang Shaft, un párroco alemán a quien los moradores del sector apodaron ‘Padre Lobito’.
Ahora el instituto subsiste con el apoyo de ONG de España, Suiza y Alemania que aportan a la Fundación Padre Lobito. Uno de los proyectos es el rescate de los tejidos típicos.
“El padre estaba enamorado de las tradiciones indígenas y lamentaba que la migración y la tecnología influyeran en la desaparición de las artesanías, por eso esa especialidad se incluyó en la oferta académica”, recuerda López.
En las clases, los chicos aprenden a tejer en los telares de cintura que usaban antaño los artesanos de Cacha. Eran reconocidos por los patrones complejos y coloridos de las fajas, wangos, rebozos, chalinas, anacos y ponchos que tejían combinando hilos de tonos distintos. Hoy pocos lo hacen.
Los chicos diseñaron nuevos telares de madera para elaborar otras prendas modernas con las mismas técnicas andinas. Hacen prendas de la vestimenta indígena originaria, pero también ofrecen nuevas creaciones como chales de diseños modernos, cobijas, entre otras.
“En todas las casas de Cacha y de las comunidades de Yaruquíes había el conocimiento de los tejidos artesanales. Pero cuando aparecieron las grandes fábricas que trabajan con hilos sintéticos se abarataron los costos y los artesanos perdieron vigencia”, dice Sinaluisa.
Además, los jóvenes migraron a las ciudades para trabajar y educarse, y perdieron el interés de aprender las técnicas artesanales de los mayores. De hecho, algunos conocimientos como la fabricación de sombreros con lana de borrego están por desaparecer.
Sinaluisa empieza su clase mostrando un poncho de cerca de 100 años de antigüedad. Los colores están nítidos y el entramado de los hilos, intacto. Tiene pequeñas figuras como chakanas (cruz andina), animales, rombos, entre otros.
“Los antiguos no tenían libros, pero plasmaron sus conocimientos en sus tejidos. Cada figura representa un elemento de la cosmovisión de nuestra cultura. Es un conocimiento tan avanzado que aún no ha podido ser decodificado”, dice a sus estudiantes.
Él explica que los cuatro colores básicos de los tejidos puruháes representan a los elementos sagrados. El azul se usa para la atmósfera, el aire y el agua. El rojo representa el fuego, la fortaleza, el coraje y la autoridad. El verde y el fucsia pintan la flora y a la fauna.
A sus 21 años, la alumna Verónica Sinaluisa está comprometida con la tarea que inició el ‘Padre Lobito’ en su comunidad Santa Clara. “La gente se olvidó del valor que tiene nuestro trabajo, los conocimientos de los ancianos se mueren con ellos y a los jóvenes no les interesa aprender. Es parte de nuestra identidad”.