El lunes 14 de octubre del 2019, distintas manos se juntaron en los alrededores de El Arbolito, para recoger adoquines y escombros tras las protestas en Quito. Foto: Eduardo Terán / EL COMERCIO
Unos suspiraron. Otros se quedaron en blanco durante unos minutos. Pero la mayoría de consultados coincidió en que ahora es difícil responder a la pregunta: ¿Qué nos une como ecuatorianos?
Luego de 11 días de protestas y de la derogatoria de las medidas económicas pareciera que el país estuviera roto, con posiciones y comentarios que resaltan las diferencias. Pero nueve entrevistados encontraron al menos tres puntos en común: matriz lingüística, gastronomía y genes. Se suma la religión.
EL COMERCIO habló con Nelson Reascos y Lucía Pérez, sociólogos; Blanca Chancoso, líder indígena; Paco Moncayo, político y militar; el genetista César Paz y Miño; Julio Pazos, un estudioso de la literatura y la gastronomía; Andrea Michelena y Alexandra Astudillo, especialistas en cultura, y Gonzalo Criollo, universitario y exdirigente del Montúfar.
La mayoría de consultados resalta que lo que más nos une es la diversidad. Y que pese a que ahora esas diferencias parecieran marcar solo distancias, en realidad, enriquecen.
En esa línea, para Nelson Reascos, catedrático de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, lo que nos debiera unir es la necesidad de “construir un país viable, para los múltiples nosotros (los diferentes) que habitamos en él”.
Pero, ¿qué une a los ecuatorianos? Responde que una misma cultura y una matriz lingüística. Pese a las tonalidades -dice- en el país confluyen el castellano y en él: árabe, catalán y el latín, así como las lenguas originarias. Eso da lugar a modismos, diminutivos y dulcificadores del kichwa, que hacen que se acompañe una palabra dura con una que la suaviza: ‘vete nomás’.
Además del lenguaje, Julio Pazos afirma que nos hermana la gastronomía, ya que hay algunos platos propios de la sociedad ecuatoriana, más allá de regiones y clases sociales, como el sancocho, el locro, la guatita, la colada morada y la fanesca (exclusiva del país).
Reascos añade que la gastronomía nacional es barroca; incorpora las cocinas del mundo: asiática, con el arroz; la andina, con el maíz y papas; la africana, con el plátano, etc.
Pero revisando otros aspectos de la cultura en común, a Lucía Pérez, socióloga, le parece que pesa una construcción colonial, de dependientes, de oprimidos. ¿Cómo se expresa? En el racismo, en la proyección de ese complejo y en la economía subordinada.
Andrea Michelena, máster en Estudios de la Cultura, cree que quizá lo que cohesiona es el miedo. “Cuando algo nos desequilibra, puede ser un desastre natural o una manifestación que genera una crisis, la gente se une, con varios matices políticos y sociales”.
¿Y en torno a qué se suman? Blanca Chancoso, líder indígena, apunta que en estos días confirmó que mujeres de campo y ciudad están unidas porque todas son violentadas. Pero “pese a las expresiones agresivas o de racismo, nos unen más causas: deseo de defender la vida, la paz y también esa fuerza, al venir de la misma raíz, esa ‘sangre chuta”.
Esta última idea la comparte César Paz y Miño. Su tuit sobre la composición genética de los ecuatorianos, en el que afirmó que todos tenemos genes de indígenas, fue compartido 653 veces y obtuvo 804 me gusta.
A todos los humanos -anota el profesor de la UTE- nos une un ADN. Pero hay características y variantes genéticas que se acumulan en grupos poblacionales.
Según explica hay una especie de parentesco, genes como de parientes, entre todos los ecuatorianos. Tienen algo de indígenas, de caucásicos-europeos y de afros. Aunque subsiste un resentimiento histórico; algunos creen que tienen más de europeos.
Entre los mestizos sí hay unos más blancos que otros. Pero -precisa- sus estudios muestran que tienen del 40% al 70% de genes indígenas; del 25 al 40%, de europeos; y de 3 a 10%, de afros”. Nada de eso -aclara- incide en la inteligencia o capacidad física.
Y no solo un genetista toca ese punto; también Paco Moncayo, exalcalde de Quito y militar de larga trayectoria, resalta que en Ecuador “quien no tiene de inga tiene de mandinga”. Además -detalla- nos une una historia, la forma de cocinar, la música que llega al corazón montuvio, indígena, guayaco y quiteño.
Entre los ecuatorianos, afirma, no pasa lo de la nación árabe, con chiitas y sunitas. Pero hay que reconocer que los mileniales y centeniales tienen una cultura global, están más cerca de sus pares europeos y asiáticos. “La afinidad geográfica se va difuminando”.
Sin embargo, el tema -dice- es más complejo que afirmar que solo nos une la Selección o que luego de la guerra del Cenepa nada nos ha juntado. “Dicen que necesitamos un enemigo, el peruano, para reafirmar la identidad ecuatoriana. Sin duda, al firmar la paz perdimos un elemento pernicioso de identidad. Hace falta armar ese rompecabezas del Ecuador, reforzar lo que nos une”.
En ese sentido opina Alexandra Astudillo, docente de la USFQ, con un doctorado en Estudios Culturales Latinoamericanos. “Estamos fragmentados, pero nos uniría conocer más del otro, hoy somos unos desconocidos”. Nos une, dice, ese orgullo por lo folclórico, tradiciones como la Mama Negra y más, que establecen una línea de identidad, que quizá se buscan más cuando se está fuera del país.
Pese a sus efectos, el universitario Gonzalo Criollo sostiene que la polarización política es parte del encanto del país, aunque es agotadora. “Pero a los ecuatorianos también nos une la empatía, esa necesidad de entender al otro y esa capacidad para trabajar duro en todo ámbito: académico, laboral e incluso en la rebelión”.